Hopkins a Dixon (13-15 de junio de 1878)
Traduzco a continuación una (larga) carta de Hopkins a Dixon (ya hemos visto otra).
[Las repeticiones y “errores” gramaticales pretenden copiar el original]
Del 13-15 de junio de 1878 a R. W. Dixon
Stonyhurst, Blackburn. 13 de junio de 1878.
Muy reverendo y querido señor, Pax Christi.
Estoy muy contento, ahora, de haber seguido mi impulso y haberle escrito, visto cómo el haberle escrito le ha podido afectar tanto y ha causado una respuesta tan amable.
Supongo que el recuerdo que tiene de Highgate es mío: conseguí, ciertamente, un premio por un poema en inglés, no recuerdo bien cuándo; puede haber sido mientras usted estaba allí [n. editor: “El Escorial” (Pascua de 1860) es el único poema premiado que se conoce de GMH, y lo escribió específicamente para un “premio por un poema en inglés”, en singular.] Por aquellos días conocí al pobre Philip Worsley, el poeta; también había estudiado en Highgate; y pasó cierto tiempo en Elgin House (supongo que como invitado del Dr. Dyne) cuando yo era un interno; de hecho él releyó e hizo críticas de mi premiado poema: me acuerdo de que él le conocía a usted (quizás pudieron conocerse por entonces pero tengo una memoria muy distante de estos sucesos y no soy capaz de unificarlos) y decía que usted alababa a Keats a todas horas —lo cual podría entenderse como: el genio de Keats era tan increíble, inigualado a su edad y apenas superado más tarde, que uno podría conjeturar que si hubiera vivido más tiempo quizás habría igualado a Shakespeare.
Cuando hablaba [n.t. en la carta anterior] de la fama, no estaba pensando en el daño que hace a los hombres en cuanto que artistas: puede hacerles daño, como usted dice, pero también puede hacérselo, pienso, su ausencia, si “la Fama es la espuela que el espíritu puro levanta para evadir los deleites y sobrevivir los días duros” —una espuela cuyo sustituto es muy difícil de encontrar o sin la cual vivir se vuelve imposible. Lo que quería decir es que es un gran peligro en sí misma, pienso que igual de peligrosa que las riquezas, y produce la misma dificultad para entrar en el reino de los cielos. E incluso si no lleva a los hombres a faltar a la ley divina, les provoca “comezón” y les hace vivir del aliento ajeno. (Usted mismo puede haber dicho algo del estilo —sobre “buscar el elogio en todas las corrientes del aire” en una oda, esa sobre “La Juventud que se va”, creo). El Sr. Coventry Patmore, cuya fama, también, está muy por debajo de su mérito, parece haber dicho algo con mucha finura sobre la pérdida de la fama en sus últimas odas publicadas (The Hidden Eros) —hablo a partir de un extracto en una reseña.
Lo que lamento es la falta de reconocimiento que le es debida a la obra en sí misma. Pues igual que a todo acto moral, que es bueno o malo, le corresponde, por la naturaleza de las cosas, un premio o un castigo, así a toda forma percibida por la mente le corresponde, por la naturaleza de las cosas, la admiración o su contrario. Y el mundo está repleto de cosas y de sucesos, fenómenos de todo tipo, que pasan desapercibidos, sin testigos. Pienso que usted ha sentido esto, pues dice, me acuerdo, en una de sus odas: “¿Hacia dónde vuelan las blancas nubes, inadvertidas, desde la costa del horizonte?” o algo así. Y si lamentamos esta falta de testigos en la naturaleza inconsciente, mucho más en las cosas hechas por el hombre con dolores perdidos y esperanzas decepcionadas. Pero como siempre existe el riesgo de que ocurra, es un gran error de juicio haber vivido por lo que puede fallarnos. De modo que si Mr. Burne Jones trabaja para un hombre que debe aparecer eras más tarde, trabaja para lo que la quema de sus pinturas o la muerte de su admirador puede cortar para siempre. Aun así, él en particular ha tenido ciertamente muchos admiradores vivos vehementes y entre ellos hombres que tienen ganado el oído del público —y detractores sin duda, pero ¿quién no? eso viene con la admiración.
Me alegro de pensar que tiene usted un admirador en Mr. Rossetti (supongo que Gabriel Rossetti): por supuesto, no podría ser de otro modo si le ha leído a usted. Y doy por supuesto lo mismo sobre Mr. Burne Jones.
Permítame recomendarle, si no los ha visto, los poemas de mi amigo el Dr. Bridges —no su primer volumen de redondillas y demás, que ahora está muy de moda, pues no lo he leído y a él le avergüenza y no desea que se le conozca por él, sino una colección de sonetos, una pequeña obra anónima no mayor que un breve panfleto de veinticuatro páginas, se llaman The Growth of Love y tendrán una continuación algún día. Son estrictos en la forma y aparentan ritmos Miltonianos (que son caviar para el general, de modo que sus críticos, pienso, los creen ásperos) y me parecen, pero estoy predispuesto, muy hermosos —señoriales, a la vez varoniles y tiernos, y con una vena de encanto. No es rico en imágenes pero brilla en el fraseo, en la secuencia de frases y la secuencia de sentimiento sobre sentimiento. Milton es el gran maestro de las secuencias de fraseo. Por secuencia de senitmiento me refiero a una cualidad dramática por la cual lo que va antes parece necesitar y engendrar lo que viene después, al menos parece así después de haberlo oído —sus propios (de usted) poemas lo ilustran, como “Sí, una vez en la iglesia, pienso que dices”, o “Me vuelve loco”, y “Me vuelve muy triste pensar en toda la amargura que él tenía”. Esta pequeña obra está publicada en Pickering y solo cuesta un chelín, creo.
15 de junio —Esta carta se ha alargado más de lo justificable por el poco tiempo de que dispongo. —Da pena pensar la decepción que ha llenado su corazón por los amados hijos de su mente. Aun así la fama, ya ganada o perdida, es una cosa que yace en el fallo de un juez aleatorio, insensato, incompetente e injusto, el público, la multitud. El único juez justo, el único crítico literario justo, es Cristo, que aprecia, está orgulloso y admira, más que cualquier hombre, más que el propio receptor puede hacerlo, los dones de su propia hechura. Y el único bien real que la fama y la alabanza de otro produce es transmitirnos, por un canal que no está totalmente libre de sospecha, pero por las circunstancias del caso mucho menos sospechoso que el canal de nuestras propias mentes, alguna señal de la sentencia que un intelecto perfectamente justo, atento y sabio, a saber, el de Cristo, emite sobre nuestras obras. Ahora bien, tal señal puede sernos transmitida igual de bien por medio de uno como de muchos. Así pues, creyendo que yo era capaz de juzgar rectamente como cualquier otro, me pareció en las circunstancias una caridad el decirle a usted lo que pensaba. Pues la decepción y las humillaciones amargan el corazón y producen dolor hasta los huesos. Hasta donde me concierne, he dicho con convicción y lo pongo por escrito otra vez que usted tiene un gran motivo para dar gracias a Dios, que le ha dado una visión interior tan extraordinariamente clara que ve lo que se ve en la naturaleza, y en el corazón una visión tan profunda de lo que es serio, tierno y patético en la vida y el sentimiento humano como muestran sus poemas.
Créame, querido señor, muy sinceramente suyo Gerard Hopkins SJ.
Mi dirección será a partir del mes próximo 111 Mount Street, Grosvenor Square, London W, donde pasaré una estancia. Pero si manda una carta a Stonyhurst, me llegará.