De Hopkins a R. W. Dixon

Esta carta, cuya primera lectura me emocionó por su delicadeza, va entera. También traduciré, cuando pueda, la respuesta, que es tremendamente sensible. Como se verá, está escrita de corrido y la sintaxis es casi propia del lenguaje oral; de hecho, el manuscrito tiene una buena colección de correcciones y repeticiones.

Solo traduzco los títulos cuando hace falta por el contexto.

R. W. Dixon fue un poeta y teólogo, pastor anglicano. Sus obras fueron prácticamente desconocidas ya en vida.

Del 4 de junio de 1878 a Richard Watson Dixon

(Desde Stonyhurst College, Blackburn)

Reverendísimo Señor:

Me tomo cierta libertad, como extraño que soy, al dirigirme a usted, aunque en realidad tuve una ligera relación con usted. No se acordará de mí pero se acordará de haber tomado una plaza de maestro durante varios meses en Highgate School, la Cholmondeley School, donde yo estaba por entonces. Cuando marchó dio, tal como me acuerdo, una copia de su libro Christ’s Company a uno de los maestros, un Sr. Law, si no me equivoco. Habiendo conocido de este modo su título, tenía curiosidad por leerlo, lo cual hice cuando fui a Oxford. Al principio me sorprendió, luego me gustó, al final le tomé tanto cariño que lo hice, hasta donde pude, parte de mi propia mente. Conseguí su otro volumen y su breve obra para el Premio de Ensayo también. Les mostré sus poemas a mis amigos y, si bien no compartían mi entusiasmo, les hice al en todo caso admirarlos. Y para mostrarle a usted en cuánto los apreciaba, cuando entré en mi presente estado de vida [n.t. jesuita], en el que sabía que no podría tener libros propios y que era improbable que encontrara sus obras en las bibliotecas a que tuviera acceso, copié St. Paul, St. John, Love’s Consolation y otros de ambos volúmenes y los conservé conmigo.

Lo que digo ahora podría, es verdad, haberlo escrito en cualquier momento de todos estos años pasados, pero en parte dudaba, en parte no estaba seguro de que siguiera vivo; hace poco sin embargo vi en el Atheneum una reseña de su trabajo histórico recientemente publicada y desde ese momento decidí escribirle —lo cual, ciertamente, es una impertinencia, si quiere verlo así, pero me parecía que le debía algo a usted, o mucho, y entonces supe lo que yo sentiría si estuviera en su lugar —si yo hubiera escrito y publicado obras cuya belleza extrema el propio autor siente con gran entusiasmo y ellas hubieran desaparecido de la vista inmediatamente y sido (no le importará que yo lo diga, pues es, supongo, patentemente cierto) casi completamente desconocidas; entonces, digo, yo sentiría un cierto consuelo al decírseme que habían sido profundamente apreciadas por una persona cualquiera, un extraño, en todo caso, y que no habían sido publicadas en vano. Muchas obras hermosas han sido casi desconocidas y luego han ganado fama al final, como el poema de José de Mr. Wells, que se dice que es muy bello, y el propio de su amigo Keats, pero muchas más deben de haber desaparecido de la vista completamente. No sé, claro, si sus libros van a tener un regreso, no parece probable, pero no por falta de mérito. No es que piense que un hombre es realmente menos feliz porque le haya faltado el renombre que se le debe, pero aun así, cuando esto pasa es malo de por sí y una cosa que no debería ser y que deploro, por el bien de la buena obra más que el del autor.

Sus poemas tenían un colorido medieval como los de Wm. Morris y los Rossetti y otros pero ninguno de ellos me parecía tenerlo de manera tan genuina. Pensaba que ningún autor vivo podía sobrepasar la ternura de Love’s Consolation, ni la riqueza de colorido en el “acónito” y otros pasajes (es un error, pienso, y quería usted decir beleño) en él y en Mark and Rosalys ni la luminosidad del paisaje de manzanares en Mother and Daughter. Y el Tale of Dauphiny [n.t. Cuento de Dauphiné] y “Es la hora de hablar del amor fatal” (olvidé el título) en el otro son más puros en estilo, según me parece, y tan buenos en colorido y dibujo como las historias de Morris en el Paradise, hasta donde las he leído, buenas como ellas. Y si estuviera haciendo un libro de Poesía Inglesa pondría su oda al verano junto a las de Keats al otoño, al ruiseñor y a la urna griega. No creo que se puedan encontrar en ningún sitio dos estrofas tan repletas con el pathos de la naturaleza (excepto quizás hay algunas en Wordsworth) como la pequeña canción de las Feathers of the Willow [n.t. Plumas del sauce]: se me vino una melodía para ella de manera totalmente natural. El deleite extremo que sentí cuando leí la línea “Sus ojos cual lirios agitados por las abejas” fue más que lo que ninguna otra línea de poesía me produjo nunca y ahora que soy mayor no podría ser tan fuertemente movido por ella si fuera a leerla por primera vez. He dicho todo esto, y podría si sirviera para algo decir más, como un cierto deber de caridad para reparar, hasta donde una voz puede hacer, la decepción que usted debe, al menos algunas veces, pienso, haber sentido por su rico y exquisito trabajo casi desperdiciado. Así que no sentirá ninguna ofensa aunque pueda sorprenderse por el hecho de que le escriba.

Quedo, Reverendísimo Señor, su seguro servidor,

Gerard M Hopkins S.J. (estoy, como ve, en “Compañía de Cristo” [n.t. título de la obra primera que cita, Christ’s Company])

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