Esperanza abandonada

El libro “Esperanza abandonada” (que he leído en la versión inglesa “Hope Abandoned”), de N. Mandelstam, viuda del poeta Osip Mandelstam, me ha impresionado.

He hablado de escritos de esta mujer en otras entradas. Quiero aquí hacer una reseña del libro.

Sus memorias están divididas en dos partes: “Contra toda esperanza” y esta segunda, “Esperanza abandonada”. Ambas las he leído en inglés, luego descubrí que el primer volumen está editado también en castellano.

El primer libro habla de su vida con el poeta, hasta que es detenido por segunda vez y deportado. Muere en el trayecto al campo de trabajo (qué poco me gusta este nombre: eran verdaderos campos de exterminio por medio de los trabajos forzados, como bien cuenta Solzhenitsyn en Archipiélago Gulag) pero a ella solo se le notifica su muerte en los años 50… Aunque al oír un comentario de un político sobre él, en el 39, ya se imagina que debe de estar muerto.

La persona no tiene un objetivo

Aunque centrada en su vida como viuda de un poeta de renombre caído en desgracia por su libertad de espíritu (la segunda detención y la deportación se le imponen por leer a una docena de “amigos” de un poema suyo crítico con Stalin), este segundo volumen de sus memorias es un testimonio tremendo (que hace temblar) sobre la vida en la Unión Soviética.

Aunque no he tomado notas, el fundamento de su crítica es aplicable a la vida de cada persona, más allá de los sistemas políticos: el hombre más peligroso es aquel cuya vida tiene un objetivo. Lo más peligroso es un grupo de personas (partido/escuela) cuyo objetivo es llevar la felicidad a todos: este objetivo está por encima de todo, incluso de la vida humana, pues quien se opone a él se opone al bien de la sociedad y es, por definición, un enemigo. Confundir el bien común con la idea propia de felicidad universal convierte a quien no comparte tal idea en un enemigo del pueblo que debe ser eliminado.

Una frase que se repite al menos dos veces es más o menos: “en nuestro tiempo el objetivo era llevar la felicidad a todos y ya hemos visto a dónde conduce eso” (al Gulag y a la psicosis generalizada).

La vida del hombre no puede tener un objetivo: esto haría que el hombre estuviera supeditado a algo. No podemos aceptar esta conclusión porque eso dividiría al hombre en dos clases: los iluminados que aceptan tal objetivo y los ciegos; la consecuencia sería que los ciegos deben ser iluminados pues de lo contrario, su vida carecería de sentido.

La tesis de la autora, en ese aspecto, es que la vida del hombre solamente puede tener sentido pero que cada uno necesita buscarlo (no necesariamente encontrarlo). Este sentido es personal y está condicionado por todas las circunstancias vitales, sociales, culturales y, si se quiere, económicas que sitúan a la persona en un lugar y tiempo. Y, por supuesto, puede ir modelándose y cambiar a lo largo de la vida. La autora —que no es cristiana pero reconoce que solo entiende la historia y la vida humana desde la perspectiva del cristianismo— aborrece toda idea que intente concebir la persona como un ser que debe conseguir algo. Al contrario, la persona solo puede aspirar a encontrar el sentido de su propia existencia (incluso quizás a dárselo a sí misma).

El resumen, por darlo en una sola palabra, es el mismo siempre: la vida humana solo se explica como un amor en libertad.

Nosotros y ellos

Otra de las ideas centrales de la obra es una consecuencia de la anterior. Cuando un grupo sabe lo que la humanidad necesita y cree que puede otorgárselo (v.gr. la felicidad por medios políticos o económicos), automáticamente se convierte en una clase superior y se arroga los poderes necesarios para llevar a término su humanitario fin. Instrumento necesario para conseguir el objetivo es la división entre los iluminados y los ciegos. Los amigos de la causa y los enemigos. Nosotros y ellos.

En el fondo, cualquier teoría que divida a las personas en grupos enfrentados sin razón de sus actos propios es una forma de lucha de clases. Y ya sabemos a dónde nos llevó la lucha de clases. Hoy día, quizás no se exprese tan claramente en la clásica distinción entre la clase obrera y la clase propietaria (aunque “la casta” significa justo esto). Pero sigue creándose división cada vez que se generaliza como:

  • Los hombres oprimen a las mujeres.

  • Los blancos oprimen a los negros.

  • Los empresarios oprimen a los trabajadores.

  • Los ricos oprimen a los pobres.

Cualquier teoría que separe para enfrentar es una teoría injusta y es pura ideología: una explicación de la realidad basada exclusivamente en axiomas ajenos a la libertad y responsabilidad personales y que culpabiliza a los individuos sin juzgar sus actos. Toda ideología es mala porque separa a las personas, cuando la persona tiene valor por sí misma. En lugar de “amar al enemigo”, se “ama al camarada” (al que comparte mi ideología) y se “odia al resto”…

Así vivían los fariseos; eso era lo que decía la Ley. ¿No hemos aprendido?

Finalmente, el miedo

Otra idea clave de la obra es la sociedad del miedo creada por el régimen soviético (no solo el estalinista: ya era así desde la época de Lenin y siguió durante el gobierno de Kruchev, periodo en el que está escrito el libro). El artículo 58 del código penal de la Unión Soviética establecía la noción de “enemigo del pueblo” y “saboteador”. Las penas máximas estaban sin especificar en varios casos y fue utilizado generosamente para condenar a los campos de exterminio (no “de trabajo”, nunca los llamré así) a millones de ciudadanos. Algunos habían, como Mandelstam, manifestado su opinión sobre el gobierno. Otros, simplemente, no habían denunciado una tal manifestación.

Peor aun: como cuenta la autora, los procesos contra cada acusado se basaban en confesiones obtenidas por interrogadores profesionales para quienes la tortura era un modo más de conseguir que el acusado se autoinculpara. Además, estos interrogadores trabajaban, como todo en la Unión Soviética, por cuotas y necesitaban conseguir que el acusado denunciara a varias (unas cinco) personas de su entorno.

Las detenciones por este artículo se hacían siempre a medianoche. Por supuesto, todos los cónyuges e hijos eran ipso facto sospechosos desde el momento en que un ciudadano era detenido, por no haberlo denunciado.

Así se consiguió una sociedad en que nadie se atrevía a hablar, ni siquiera con su familia, de nada que no fuera trivial. Y todos vivían, en sus pisos comunales, con el miedo al puñetazo en la puerta. Así, toda la vida social languideció y se convirtió en una mentira. El lenguaje se desligó de la realidad: solo podía expresarse uno de manera positiva hacia el régimen y cualquier enunciado dudoso era sospechoso. La recitación literal en los cursillos (obligatorios, claro) de marxismo producía entumecimiento mental, pues obligarse a repetir una fórmula falsa y vacía como un principio de verdad genera desconfianza en la semántica.

Un misterio

Siempre me ha generado una inquietud enorme la cuestión del sentido de todo ese sufrimiento y la duda sobre ¿qué haría yo en esas circunstancias?

La autora es capaz de afirmar de sí misma que no acusaría a nadie en un interrogatorio salvo que fuera bajo tortura, en cuyo caso no piensa que pueda asegurarlo.

Pero ¿yo? No tengo ni idea.

¿Qué haría yo bajo la presión de perder el trabajo, la seguridad, la fama, la familia…? Me temo que no lo sé.

Solo puedo creer que si ese sufrimiento de tanta gente, de tantas personas, no tiene sentido, entonces… ¿para qué vivir? No merece la pena.

Solo si Alguien da sentido a todo ello puedo vivir tranquilo.

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