No, así no
Ha sido noticia en todos los periódicos del mundo el último informe de la ONU sobre la defensa de los derechos del niño referente a la Santa Sede (solo lo hay en inglés). Téngase en cuenta que la ONU hace informes de todos los países, no es que haya una “obcecación especial con la Iglesia.” En la página web de la sesión 65 de la Convención sobre los derechos del niño se pueden ver los últimos informes. Hay de varios países. Es lógico que la Santa Sede aparezca en numerosos capítulos porque tiene voz “mundial” y porque sus intereses (la predicación del Evangelio) ocupan todo el mundo.
Como gracias a Dios —y esto lo digo en sentido estricto— ya hay muchos periódicos encargados de denunciar los abusos a niños por parte de clérigos y religiosos católicos y como este asunto ha tomado una relevancia especial desde que Benedicto XVI inició una investigación a fondo durante su pontificado, no voy a hablar de tal problema —no porque lo considere irrelevante sino porque tengo poco que añadir a la denuncia y exigencia de responsabilidades en todos los niveles.
Antes de seguir, quiero dejar claro lo siguiente: con esta reflexión no pretendo escandalizar a nadie. Si se desea leer algo impactante y que lleve a considerar seriamente qué significa eso de “las puertas del infierno no prevalecerán contra ella”, recomiendo buscar un poco de información sobre el Saeculum obscurum, ese periodo del papado entre el 905 y el 965 en que quien gobernaba en la Iglesia de Cristo eran, esencialmente, las concubinas de los Romanos Pontífices. Lo que voy a contar ahora es peccata minuta comparado con eso, pero no por ello deja de ser escandaloso y denunciable.
Yo llevaba un lirio en la mano
Lo que tiendo a hacer cuando aparece una noticia tan sensacional como la del mencionado informe es, si se puede, ir a las fuentes (en este caso, al susodicho reporte). Es un poco largo y prolijo, como todo texto de este tipo, y está plagado —no nos olvidemos de que la ONU es un organismo político y que no comulga con la doctrina católica en materia de sexualidad— de ataques velados y no tan velados a principios de la Iglesia que van contra la agenda particular del organismo. Yo daba esto por supuesto y no me llevé ninguna sorpresa por aquí. Pero, leyendo y leyendo, me encontré con la siguiente perla, bajo el epígrafe “Derecho a conocer y ser cuidado por los padres” (algo que todo católico afirmará como un derecho nativo, espero), el subrayado es mío:
(33). The Committee is concerned about the situation of children born of Catholic priests, who, in many cases, are not aware of the identity of their fathers. The Committee is also concerned that the mothers may obtain a plan for regular payment from the Church until the child is financially independent only if they sign a confidentiality agreement not to disclose any information.
(33). El Comité está preocupado por la situación de los niños nacidos de sacerdotes católicos que, en muchos casos, no conocen la identidad de sus padres. El Comité está también preocupado porque las madres pueden obtener un plan de pagos periódicos de la Iglesia hasta que el hijo es independiente económicamente solo si firman un acuerdo de confiencialidad para no hacer pública información alguna.
Mi reacción (pues aun llevaba el lirio en la mano) fue pensar: “esto es un bulo que se ha corrido y ya está la ONU con su matraca.” Pero claro, Internet existe y quizás podría ser que alguna vez hubiera ocurrido. Bien, hace 5 años el New York Times publicaba una historia de estas características. “Pero si era confidencial…”, la madre y el hijo hablaron porque ambos tenían cancer y ya les daba igual…
Puede leerse otra historia algo más antigua en twincities, con algunos comentarios.
Como ya dije en una reflexión anterior, no pretendo juzgar ni al padre ni a la madre del niño en cuestión. Todos somos igual de débiles, frágiles, ciegos y a veces burdos, todos. No voy a juzgar a las personas. Quiero denunciar una injusticia. Estoy con la ONU en esto.
Estoy con la ONU en esto porque pagar dinero a cambio de que un hijo no pueda proclamar, abrazar, besar y querer públicamente a su padre es una injusticia flagrante que lleva el nombre de soborno y esto no se le puede permitir a ninguna institución religiosa, sea de la naturaleza que sea. Insisto: sin juzgar a las personas, los hechos sí son objeto de crítica y comprar el silencio del indefenso es un abuso y, en este caso concreto, un atentado gravísimo contra los derechos del inocente: el niño. Por esto, porque esos acuerdos ponen por delante la “imagen” de alguien (¿la Iglesia? ¿el sacerdote? ¿la diócesis?) por encima de una institución natural previa a toda Revelación (la paternidad), son aberrantes y escandalizantes y, precisamente para defender la integridad del mensaje evangélico, deben desaparecer.
Por eso los denuncio. Porque nuestra responsabilidad como católicos conlleva el deber de liberar de errores —hacer lo posible por conseguirlo— la actuación de las instituciones eclesiales. Porque nuestra fidelidad pasa por no callarnos ante el mal grave. Porque Benedicto XVI nos ha dejado claro que no hay ninguna imagen ni ninguna institución que esté por encima de los derechos elementales de la persona. Porque en estos años hemos aprendido que nuestro deber es criticar cuando se atenta contra las personas. Por eso, por nuestro deseo de sanar la Iglesia, debemos exponer la verdad.
Porque la Iglesia es para las personas, no las personas para la Iglesia.
Además, tales acuerdos muestran que nos hemos ovlidado de Lope de Vega, Rodrigo Borgia y tantos otros…
Por suerte, ser católico no implica aceptar todo lo que hacen los obispos. Y a veces requiere gritar “así no.”
Según parece (no tengo la cita), Jorge Mario Bergoglio afirmó en su libro “Sobre el cielo y la tierra” que un sacerdote que tiene un hijo
Debe dejar su ministerio y cuidar de su hijo, incluso si decidiera no casarse con la mujer. (…) Igual que el hijo tiene derecho a una madre, también tiene derecho al rostro de un padre.
Gracias a Dios, tenemos esperanzas de que esta aberrante manera de actuar desaparezca pronto de nuestra Iglesia.