Hopkins a Bridges

Esta larga carta, de la que vierto al español unos extractos, muestra la admiración de Hopkins por la obra y la persona de Robert Bridges, su mejor amigo y ejecutor literario a su muerte.

En realidad, no sé por qué la marqué para traducir. O igual sí.

22 de octubre — 18 de noviembre de 1879, desde St. Joseph’s, Bedford Leigh, Manchester

Muy querido Bridges:

Una de las cosas que dices en tu última carta es suficiente para entristecerme y veo que va a ser necesario que te escriba algo largamente para tratar sobre ella. Me preguntas si realmente pienso que hay algo de valor en que sigas escribiendo poesía [n.t. Bridges ejercía como médico por entonces]. Supongo que el motivo de esta pregunta es que di la impresión de estar poco satisfecho con lo que me habías enviado y que sugería muchas correcciones en el soneto sobre Héctor. […] Debes saber, de hecho casi seguro que tú tienes la misma experiencia, que veo tu trabajo de la manera menos ventajosa cuando me llega con el propósito de que lo critique. De repente es una cosa inconclusa, a mis ojos, y cualquier defecto o imperfección que para mí sería irrelevante una vez impreso, o que asimilaría fácilmente con la excelencia del contexto, se convierte en una crudeza y una mancha que ha de ser extraída antes de que mi mente pueda incluso tomar asiento para recibir una impresión del todo, o formarse un juicio definitivo sobre él. Es justo como si lo hubiera escrito yo mismo y estuviera insatisfecho, como tú mismo sabes que está uno casi siempre durante el proceso de composición, antes de que las cosas alcancen su forma final. Y las cosas que me mostraste en Bedford Square in forma de manuscrito y que no me interesaron mucho, cuando las vi impresas, las leí bajo una nueva luz y las sentí totalmente distintas. Antes de eso, estaban demasiado cerca de los ojos; después se enfocaron. — 23 de octubre. Así que en tu libro casi todo parece perfecto y definido y ejerce su efecto debido y las excepciones prueban la regla, como las piezas en ritmo saltado, o algunas de ellas, y eso es justamente porque son experimentales y parecen sujetas a revisión, y también la canción, verdaderamente hermosa como es, “I have loved flowers”, pero no quedé satisfecho con la música y la alteré mentalmente: ahora se me viene como algo dejado para reparar. […]

Pero ahora en general. Y antes a visitar el asilo. — 25 de octubre. Parece que necesitas que se te diga una y otra vez que tienes talento y que eres un poeta y que tus versos son hermosos. Se te ha dicho, no solo por mí sino muy espontáneamente por Gosse, Marzials y otros; iba a decir también que Canon Dixon, solo que, aunque estaba alabando tu libro, no era de modo tan espontáneo como Gosse. Necesitas quizás que se te diga más en particular. No soy el mejor para hacerlo, pues estoy sesgado por el amor, y aun así, lo soy. Pienso así que nadie puede admirar la belleza del cuerpo más que yo, y por supuesto es un consuelo encontrar la belleza en un amigo o un amigo en la belleza. Pero este tipo de belleza es peligroso. Después va la belleza de la mente, como el talento, y esta es mayor que la belleza del cuerpo y no ha de ser llamada peligrosa. Y más bella que la belleza de la mente es la belleza del carácter, el “corazón espléndido” [n.t. hace referencia al poema de Hopkins “The Handsome Heart”]. Ahora bien, no es verdad que toda belleza sea ingenio, o talento, ni todo ingenio o talento tiene carácter. Pues aunque la belleza corporal, incluso la belleza de la salud juvenil, es del alma, en el sentido en que lo decimos los Católicos Aristotélicos, que el alma es la forma del cuerpo, aun así el alma puede no tener más belleza, por así decir, que esa que se expresa en la simetría del cuerpo — aparte de esas manchas que aparecen en la pieza pero que no están ni en la matriz ni en el molde. Esto no necesita ilustración, pues es sabido por todos. Pero lo que es más notable es que del mismo modo el alma puede no tener más belleza que la que se ve en la mente, que puede haber talento sin una base de carácter. [n.t. Aquí valora a Tennyson y a Burns] Tras esta introducción llego a lo que quería decir. Si no fuera tu amigo, desearía ser amigo del hombre que escribe tus poemas. Muestran un ojo para la pura belleza y muestran, mi muy querido, además, el carácter que es mucho más raro y precioso. Si el tiempo me lo permitiera, encontraría placer en demorarme en cada ejemplo, pero ahora no puedo. Como no debo adular o exagerar, no afirmo que tengas un imaginario tan rico como Tennyson, Swinburne or Morris, aunque el sentido de la belleza que tienes me parece puro y exquisito; pero en punto de carácter, de sinceridad o de franqueza, de virilidad, de ternura, de humor, melancolía, sentimiento humano, tú tienes lo que ellos no tienen y parecen apenas pensar ser digno de tener (sobre Morris no estoy seguro: sus primeros poemas tenían un hondo sentimiento). Puedo bien decir, como S. Pablo, æmulor te Dei æmulatione {Estoy celoso de ti con el celo de Dios}. Tener un estilo sincero no te ha hecho sincero ni un sentido franco te ha hecho franco; Sterne tenía un sentido compasivo pero no era compasivo; un hombre puede tener coraje natural, estilo para el coraje, y sin embargo ser un cobarde.

[…]

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