Los milagros

Como escuché más o menos en una homilía a mi amigo Gaspar, está muy bien quejarse de que Dios no hace milagros pero luego cuando vas al médico y te curan una enfermedad, ahí no ves a Dios para nada y no le das las gracias.

Es una manera de decir algo que hace ya un montón años le comenté a un colega que se preguntaba “¿qué es un milagro?”: le contesté que un milagro no es más que una percepción sensible de la actividad divina. Me parece que es una definición que incluye todo lo que el común de los mortales llamaría milagro, y también todo aquello que cada creyente, personalmente, percibe como actividad de Dios, sea o no ordinario. Ahí cabe tanto la Resurrección de Cristo (el Milagro) como la Transubstanciación, como los milagros “médicos” de Lourdes, como todo aquello en lo que el creyente singular percibe que Dios ha actuado. Hay milagros que un cristiano debe creer (la Resurrección, la Transubstanciación) y hay milagros que solo algunos perciben (la curación de la tía Gertrudis) y que no tienen nada de extraordinario. Alguien dirá que con esa definición también se incluyen las reacciones químicas, si alguien ve a Dios en ellas, y mi respuesta es “sí”.

Por supuesto, hay unos más importantes que otros. Como Dostoievsky plantea, creo recordar que en El idiota pero puede ser en Karamázov ó en cualquier otra novela, quizás la cuestión fundamental para alguien que lee los Evangelios es… “¿crees en la resurrección de Lázaro?” Porque otros milagros son más o menos creíbles o importantes pero la resurrección de Lázaro es tan explícita, tan larga, tan detallada, tan tremenda… Hacer que el cuerpo de un amigo, ya lleno de gusanos, vuelva a la vida, después de dejarlo morir, cuando podías haber ido a curarle… Ese ese el milagro tremendo para Dostoievsky —para el personaje en cuestión que no recuerdo.

Yo quería hablar de un milagro, aunque sea muy personal.

My family

Gracias a mis amigos —Gaspar sobre todo, pero también Ana y Laudino—, desde hace unos años voy a Santander a pasar la fiesta de Navidad con mi madre y mis hermanos. Este año fui el día 23 y me quedé hasta el 27 por la mañana. Cuando llegué, mamá estaba bastante mal de su dolor crónico en la pierna, y yo iba cansado del semestre, y supongo que de algún asunto más pero no recuerdo, así que la tarde del 23 no fue naada del otro jueves. Ni me acuerdo de qué hicimos.

Del día 24, la verdad, tampoco tengo mucha memoria. Hace años íbamos a casa de mi hermana Pilar a cenar pero con la pandemia y con la edad, dejamos de hacerlo, y así ni mi hermana tiene que liarse con la cena con invitados ni mamá ni yo tenemos que irnos a la cama tarde. Cenamos mamá y yo juntos en casa y ni siquiera vimos una película: ninguno de los dos estábamos para celebraciones. Yo sé que fui a misa a la parroquia de mi amigo Luis y le saludé brevemente porque quería volver con mamá.

Ah, sí: mamá y yo nos pusimos a ver Up, creo recordar. O quizás eso fue el día de Navidad por la noche… ¿?

Hasta aquí nada especial. Mi hermano Jacobo se pasó a felicitarnos la Nochebuena sobre las ocho, o así.

El día de Navidad nos levantamos más bien tarde, desayunamos con mermelada de naranja amarga de La vieja fábrica, que a mamá no le sabía a casi nada pero a mí me gustó. Sé que estuvimos en misa de una con Luis y después comimos en casa de mamá quien, si lee esto, debe acordarse de comprar vasos, pues basta de beber agua en un vaso de whisky.

Nos juntamos mamá, tía Merche, Pilar y Radi, Jacobo y Sonia, Mariem, Ismael, Anuar, Ana Sara y yo. De los que esperábamos, solo faltó Diego que tenía fiebre desde hacía días. Por supuesto, me encargué de preparar la mesa y de labores de cocina trascendentales como poner los espárragos en una fuente y colocar los fiambres en otra. En la comida mi hermano se dedicó a meterse continuamente conmigo y mi hermana no dejó de herirme con sus comentarios injustos. Creo que a uno le ha sentado mal el comprar un local —con el dinero de mi madre…— para su actividad y a la otra el ser Inspectora de Educación. Jamás les he hecho daño alguno pero siempre me han tratado como el último mono. Como bien sabe mamá, nunca me he quejado de esto, si lo transcribo aquí es para dejar constancia de los hechos, no con intención de valorar su actuación.

Todos esos comentarios hacían que los comensales se rieran bastante (de mí, debo decirlo tal como es). Radi también nos contaba de su huerto y sus animales, y Ana de lo bien que lo está pasando en Madrid, estudiando Filología Inglesa y haciendo rugby y me parece que volleyball. Entre unos asuntos y otros tuvimos una comida muy entretenida —yo me encargué además de cortar el pan y traer y llevar la jarra de agua, entre otros asuntos. Lo pasamos pipa, vaya. Tanto que a eso de las cuatro y media, sin que los demás le diéramos mayor importancia, Radi, Ismael y Anuar fueron un rato a la habitación “de los niños” a rezar su oración vespertina, y volvieron; el resto seguimos hablando y pasándolo bien.

Cerca de las cinco, Radi marchó al huerto y decidimos echar una partida a un juego que trajo Ana, algo de trenes. Mamá y tía Merche se sentaron aparte para hablar entre sí y estar pendientes de Mariem, que tiene parálisis cerebral y se pone nerviosa si siente que no se le hace caso. Jugamos Pilar, Jacobo, Ismael, Anuar y yo, y Ana y Sonia hicieron de árbitros. La manera más sencilla de describir el juego es decir que es un modelo dual del Catán, creo que esto lo deja claro. Fue muy divertido.

Mi hermano es el Rey de la fiesta.

Y los tres nos llevamos muy bien.

Lo pasamos bomba. A mí me hicieron perder por mucho —estaba claro que Jacobo había elegido el juego que conocía mejor para dejarnos en evidencia a los demás, pero lo digo sin acritud, solo estoy manifestando un hecho. Ismael y Anuar lo hicieron bastante bien y mi hermana Pilar también. Realmente entretenido y no demasiado largo. Tía Merche y mamá estuvieron hablando y cuidando de Mariem mientras tanto y riéndose de las bromas de Jacobo.

Sobre las seis y media se marcharon todos y quedamos mamá y yo solos para recoger todo lo que los demás habían dejado. Bueno, es verdad que algo sí habían recogido. Quizás la mayoría de cosas. Tengo mala memoria, como sabéis. No importa mucho este detalle. Llamamos a Luis —el párroco— para que se acercara si quería y vino y estuvimos intentando entre mamá y yo traducirle las palabras del inglés que él no conocía de una novela que está leyendo. Esto nos entretiene mucho a mamá y a mí y fue también divertido. A mamá le encanta consultar el diccionario (tanto que un día quemó la cocina por hacerlo y despistarse…). Pasamos un buen rato y quedamos en que Luis vendría a cenar al día siguiente.

Sé que mamá estuvo encantada todo el día de Navidad y que prácticamente no necesitó ningún analgésico. Y le prestó por la vida que estuviéramos los tres hermanos juntos discutiendo también sobre el testamento. Yo había diseñado un algoritmo equitativo de distribución de los bienes de mamá entre los tres hermanos pero la convencieron de que no lo hiciera así. Es lo que tiene ser el hijo menor.

Mamá lo pasó en grande y se olvidó de su pierna durante todo el día de Navidad. Y este es mi milagro.

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