Unción

Mi madre —a quien no le importa salir en estos escritos— iba a recibir la Unción de los Enfermos el pasado fin de semana. La parroquia a la que acude a misa habitualmente —es decir, el párroco— había organizado para el sábado una celebración comunitaria de dicho sacramento, durante la misa, que tuvo lugar a las doce.

Para mi sorpresa, un sacerdote muy amigo mío, que no quiere ser identificado, me sugirió que yo también la recibiera… Teniendo en cuenta que llevo de baja nueve meses, puede decirse con propiedad que estoy enfermo (de hecho, quien haya seguido esta colección de textos sabe a qué me refiero), amén de tener, como dirían los ingleses, una “condición mental” permanente. Acepté encantado la sugerencia y el sábado acompañé a mamá a la misa y, durante ella, recibí el sacramento.

Excursus

El reciente Doctor Gaspar Muñiz Álvarez, LRSM etc., me explicó hace unos días, también, que la espuria denominación de Extremaunción se debía a que, en época antigua (imagino que medieval) se había corrido el bulo de que, una vez recibida la Unción, los miembros ungidos (por aquel entonces pies, manos y riñones, al menos) no podían volver a utilizarse de modo profano (i.e. no sagrado), y por tanto, uno debía abstenerse de trabajar (manos), no recuerdo exactamente qué ocurría con los pies, y abstenerse de relaciones sexuales (incluso estando casado; se pensaba que los riñones eran la base del aparato reproductor). Por ello, el ungido quedaba prácticamente condenado a la muerte civil en caso de sanar, así que la Unción sólo se pedía estando a punto de morir, no fuera a ser que uno curara. La Iglesia siempre trató de apartar esta idea de la mente de los fieles pero aquí todos somos iguales: “si el río suena, agua lleva”, así que por si acaso…

Fin del excursus.

Enfermedad

No he mirado qué condiciones objetivas son necesarias para recibirla pero la mera edad provecta es ya suficiente en la praxis habitual de la Iglesia Romana. Según me comentó Gaspar (que es como yo tengo derecho a llamarle) en la Iglesia Oriental se unge también a los enfermos de depresión.

Cuánta sabiduría esconde Oriente.

Después de aceptar la sugerencia, se me vino a la cabeza el mes de agosto de 2023. Mi mes de agosto de 2023, que pasé de “vacaciones” en una casa preciosa junto a un acantilado en la costa asturiana. Y entendí por qué la Iglesia Oriental tiene esa costumbre.

He hablado varias veces con mis buenos amigos sobre ese mes de agosto. Es muy fácil decir, cuando uno está lúcido, que la depresión miente, como hice yo hace años. La situación del deprimido, ahora lo veo bien claro, es evidentemente una de las que Santiago consideraba cuando escribió “¿Está enfermo alguno entre vosotros? Que llame a los presbíteros de la Iglesia, para que oren por él y le unjan con óleo en nombre del Señor”. Sí: estar deprimido es estar muy, muy enfermo. Mi mes de agosto de 2023… El horror…

Sí, me alegro de este amigo me sugiriera recibirlo, pues me convenía.

El sacramento

Por esta santa unción y por su bondadosa misericordia te ayude el Señor con la gracia del Espíritu Santo.
Amén.
Para que, libre de tus pecados, te conceda la salvación y te conforte en la enfermedad.
Amén.

Mientras, el sacerdote unge la frente y las manos del enfermo.

No tengo un recuerdo claro de ese momento porque soy muy distraído, solo una memoria táctil de unos dedos haciendo una cruz con el óleo, y el sacerdote pronunciando las fórmulas, y yo respondiendo “amén”. Sí recuerdo que, después, durante el resto de la misa, miré y toqué mis palmas ungidas, pensando en el Don del Espíritu. Y entonces vino el Prefacio…

Porque has querido que tu único Hijo,
autor de la vida,
médico de los cuerpos y de las almas,
tomase sobre sí nuestras debilidades,
para socorrernos en los momentos de prueba
y santificarnos en la experiencia del dolor.

En el signo sacramental de la unción,
por la oración de la Iglesia,
nos libras del pecado,
nos confortas con la gracia del Espíritu Santo
y nos haces partícipes de la victoria pascual.

Por este signo de tu benevolencia,
unidos a los ángeles y a los santos,
cantamos, a una voz, el himno de tu gloria

En el momento solo me enteré de la expresión “signo de tu benevolencia” y entendí: claro, sí, esto es justamente un Sacramento, un signo de la Gracia, y en este en concreto, un signo de la benevolencia de Dios que quiere aplacar nuestro dolor y, mediante el aceite, que alivia las heridas, nos hace entender, sentir, tocar, ver, que Él es nuestro Padre, nuestro Padre benevolente hacia nosotros y quiere consolarnos y confortarnos y curarnos. Pero este aceite significa —señala, indica, lleva a pensar en— la Gracia, que es invisible.

Así que la Unción no cura físicamente (o sí, si Dios así lo quiere) pero sí alivia y sana el espíritu: ese aceite es precisamente el signo del Espíritu, que cubre, protege, salva, besa al alma, como se besan las heridas de un niño para calmarle.

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