Cambio climático

Trataré de poner el asunto en contexto de manera abreviada. Intentaré mirar la realidad. No hay soluciones aquí, solo enunciados y propuestas.

El cambio en las condiciones climáticas, de por sí no tiene ningún valor ético. Ni siquiera sabemos cuál es el clima “adecuado” ni tampoco si las especies que hoy habitan la tierra son “mejores” o “peores” que las que la habitan antes. Hay algunas más favorecedoras de la vida humana que otras. Pero… ¿es mejor un mundo con dodos ó sin ellos? Esta pregunta tiene poco sentido (la diversidad de especies favorece la existencia de seres vivos pero ni siquiera sabemos cuál es la diversidad óptima).

El problema grave del calentamiento global, hoy día, es el impacto negativo en la vida de personas concretas. Muchas de ellas pobres.

Pero no olvidemos de que hay gente positivamente afectada por esto (pienso en los habitantes de Siberia, por ejemplo, un gran número de los cuales solo está allí por haber sido enviados sus padres o abuelos a trabajar en minas creadas por el gobierno soviético). Esto, que también es un hecho, se obvia indicando solo las consecuencias negativas. No es justo ni honrado. Por dar un ejemplo, Groenlandia estaba cubierta de bosques hace unos 125.000 años.

El cambio en el clima, en la dirección que sea, ni es bueno, ni es malo, es una realidad extramoral. Como la precesión de los equinoccios o las inversiones magnéticas.

Concentración de CO2 en la atmósfera y clima

De lo que más se habla hoy día es de la concentración de CO2 en la atmósfera, que está creciendo a un ritmo desconocido hasta ahora y casi con certeza absoluta se puede atribuir al desarrollo industrial. Esto produce muchos efectos adversos a la vida (tal y como se da ahora), del hombre y de otras especies (entre otras cosas es también causa de la acidificación de los océanos, algo que también afecta a la vida animal presente). Además, es probablemente la mayor causa del aumento cierto de temperaturas medias en toda la tierra. Un gráfico artículo del New York Times muestra cómo las temperaturas mínimas de las noches de verano en las ciudades de EEUU han estado creciendo notablemente desde los años 60.

El calentamiento global es un hecho y el CO2 es una de las mayores causas. La emisión tan grande de CO2 se debe a la combustión de hidrocarburos debida a las necesidades energéticas del mundo entero. Resumiendo de una manera muy simple: la temperatura sube porque se queman hidrocarburos para producir la energía requerida para la vida humana presente (la de los últimos 150 años, por poner una cifra más allá de la Revolución Industrial).

Consecuencias negativas para personas

Este calentamiento tendrá, previsiblemente, consecuencias muy adversas para muchas personas (y posiblemente las tenga hoy día, pero los periódicos han demostrado no ser una fuente fiable ni en un sentido ni en otro). Hay una temperatura ambiente a partir de la cual es imposible la vida humana, y esta se está comenzando a registrar en zonas cercanas a asentamientos importantes. Y cada vez ocurrirá más. Esto puede arreglarse con tecnología (aire acondicionado, deshumidificadores) pero los pobres no tienen acceso a ella. También está subiendo el nivel del mar y hay grandes superficies muy pobladas que se verán afectadas por esto (véase, por poner un solo ejemplo, este estudio [de Bangladesh] (https://ejfoundation.org/reports/climate-displacement-in-bangladesh)). Este segundo problema quizás sea posible o quizás no solventarlo tecnológicamente (depende del lugar, téngase en cuenta que un tercio de los Países Bajos está bajo el nivel del mar). No quiero ser simplista pero los diques existen desde hace milenios.

En fin: es un hecho que hay personas (y habrá muchas más, previsiblemente) negativamente (y mucho) afectadas por la quema de hidrocarburos (y otras actividades necesarias para la tecnología presente: determinadas minerías, polución derivada del uso de plásticos…).

La culpa

Pero mi problema con el cambio climático no es, en absoluto, el conjunto de certezas mencionadas antes. Mi problema tampoco está en que convenga poner los medios para limitar el daño a personas, siempre que sea posible. Mi problema es la acusación continua a Occidente como culpables de esto y, en consecuencia, opresores de los pobres. La imposición de la culpa a sociedades enteras y la clasificación de las personas en dos grupos contrapuestos: oprimidos y opresores, tan preferida por el pensamiento simplista: los buenos (entre los que yo siepre estoy) y los malos.

El mensaje viene a ser que Occidente debe dejar de contaminar como lo ha hecho hasta ahora y es culpable de la situación climática actual. Los habitantes de los países occidentales (ricos) dañan a los pobres de los países afectados.

Estas visiones duales son atractivas por varios motivos. Primero, porque otorgan seguridad bajo el pensamiento “entiendo el problema, creo que lo controlo”; generan una cierta superioridad moral: “ahora que entiendo el problema, me doy cuenta de que puedo ponerme en el lado bueno” (o incluso “soy de los buenos”); causan sentimientos paternales: “me preocupo de los pobres que sufren, soy bueno”; se suman a todas las visiones duales de la sociedad, dando así una sensación de comprensión: “igual que los de derechas y los de izquierdas, los liberarles o reaccionarios, los pro-vacunas y los negacionistas, los pro-choice y los pro-life…“… La gran tentación humana de clasificar a las personas y juzgarlas por su pertenencia a un grupo.

Desde luego, es hermoso hablar de Occidente, de Europa y, por supuesto, de Estados Unidos como culpables y opresores de los pobres. Esta manera de hablar condena al interlocutor que habite ahí al silencio y a la culpa: eres culpable por tu modo de vida de la muerte presente y futura de tanta gente desfavorecida.

La mesura

Pero esa imposición de responsabilidad no da cuenta de todos los hechos, ni mucho menos: el hombre tiene derecho a una vida razonable, tanto en Bangladesh como en Beverly Hills.

Curiosamente, cada vez que en un territorio apareció una aglomeración suficientemente grande de personas, se multiplicaban los individuos que querían vivir en dicho lugar (esta es la gravitación hacia los núcleos de población que conocemos desde, al menos, Babilonia, por no mencionar Jerusalén). En el mundo contemporáneo: Nueva York, Los Ángeles, Tokio, México DF (que no es precisamente una ciudad de ricos), Sao Paolo, todas las megalópolis chinas comenzando por Hong Kong, Shanghai, Pekín, Wuhan… Cada vez más gente emigra hacia ellas y, curiosamente, solo los ricos quieren escapar. Los demás quieren vivir en ellas porque solo en ellas pueden esperar una vida digna.

Por mucho que se desee otra cosa, la vida moderna (que no difiere en absoluto entre Occidente y Oriente) es algo deseado por las personas corrientes. Es fácil de entender: el acceso a agua limpia, electricidad, servicios, trabajo… son objetivos naturales en cualquier persona y deseados en el momento en que se conocen, excepto quizás por algún privilegiado que prefiere otra manera de vivir (privilegiado por ser capaces de preferirla, no como un adjetivo peyorativo). Todo el mundo da por hecho que es así.

Se me hace, por eso, difícil pensar que la vida en las ciudades es algo intrínsecamente malo: nada de lo que he enunciado tiene una connotación moral (agua corriente, calefacción, vivienda adecuada al clima, facilidad de desarrollo de la actividad económica, cercanía a la atención sanitaria… todo esto es lo que uno encuentra en una ciudad y le parece deseable). Aunque sea un lugar común, todo esto deviene de la aparición de la división del trabajo, como bien explica Adam Smith. No del capitalismo. La gravitación hacia la ciudad también ocurre en países con regímenes totalitarios (URSS en su día, China hoy día… lo que ocurre es que estos pueden restringir los movimientos de sus ciudadanos, algo que sí es moralmente injusto).

Toda esa oferta de elementos favorecedores de la vida humana es posible solo porque se consume una gran (gigantesca, en el momento en que hay cientos de miles de personas juntas) cantidad de energía. Solo se pueden tener calles asfaltadas, casas calientes, médicos satisfechos, comedores dignos, servicios sanitarios limpios y libertad económica utilizando un montón de energía. Y, a día de hoy, la mayor parte de esa energía es producida quemando hidrocarburos. Tanto en EEUU como en España como en China como en la India o México: la energía que se utiliza hoy día proviene en su mayoría de la oxidación (quema) del carbono: la producción de CO2, en fin. Por cierto: los países con más energías no contaminantes son… occidentales o de la zona cultural occidental (Japón, Australia, Nueva Zelanda…).

Un inciso: si a día de hoy las casi 300.000 personas que hoy habitan en Gijón vivieran en casas en el campo, digamos unas 60.000 casas, por simplificar. ¿Cómo se esperaría que estuvieran estas? Calientes (¿leña —dejo un enlace sobre la salubridad de quemar leña—, carbón, gas…?), con agua corriente (que de alguna manera tendría que llegarles), con servicios sanitarios (que de alguna manera hay que dirigir), con accesos (que, supongo, serían de asfalta). Además, los habitantes necesitarían automóviles, acceso a comercios, acceso a lugares en que desarrollar su actividad económica… Vivir de acuerdo a cómo se espera hoy día requiere de por sí gran cantidad de energía.

La relación es fácil de entender: vida moderna implica energía. Energía, hoy día implica quema de hidrocarburos.

Déjeseme notar aquí que la fisión del Uranio (o de otros elementos radiactivos) no produce CO2. Pero en los años 60, 70 y 80 los ecologistas se negaron en redondo a la construcción de centrales nucleares.

La mesura, por tanto, consiste en aceptar que la vida moderna requiere energía y que, a día de hoy es totalmente imposible vivir en una ciudad sin generar una cierta cantidad de CO2. ¿Es mucho? ¿Es poco? Es lo que hay. Y, desde un punto de vista moral, esto no es malo. El hecho de vivir no puede ser moralmente malo.

La virtud, como siempre

Pero esa cantidad de CO2, que afecta a personas concretas, depende de la actividad personal. Más coche, más ropa, más comida, más calefacción, más aire acondicionado, más luz, más viajes implican (hoy día, con la tecnología que tenemos) más contaminación. Cualquier nivel de coche, ropa, comida, calefacción, etc. implica contaminación.

Así que, haga lo que haga como ciudadano ordinario, se va a producir polución. Esto tiene consecuencias morales claras: la polución no puede ser lo que mueva mi actuación porque me paralizaría. Solo puede modelarla, de acuerdo a su importancia y a mi capacidad de actuar.

Por otro lado: la virtud lleva a la vida digna, a la mejor manera de vivir como hombre. Y esto incluye vivir de acuerdo a los requerimientos, sin excesos. Esta palabra es clave. Mi primera (¿única?) obligación es ser hombre y debo poner los medios para esto. La virtud conlleva lograr esto de manera razonable, ponderada, medida, templada. Pero nadie puede culparme por querer ser un hombre pleno, pues es mi papel.

Como consecuencia: vivir, ser hombre exige energía. Y hoy día esa energía casi solo hay una manera de conseguirla (que esté a mi alcance). Es mi deber utilizarla, pero también es mi deber utilizarla equilibradamente. Esto es lo que se me puede exigir.

Pero esto no es nuevo: a eso llamamos austeridad, templanza. Utilizar los bienes al alcance de uno de manera ponderada, racional, con miras a mi propio bien y al de los demás.

Pero esa no es la única virtud, ni la primera obligación del hombre.

La primera obligación del hombre es dar lo mejor de sí mismo (la tan manoseada excelencia, que tanto valor tenía para los griegos). Y si haciendo esto contamino necesariamente, esto no es imputable. Cualquier otro lo haría como consecuencia de sus actos.

Otro pequeño inciso: cuando comprar carne lleva consigo un envase de plástico, o utilizar gel, o el mismo papel higiénico viene envuelto en plástico, ¿cómo puedo yo actuar sin volverme loco? Puedo reciclar, pero hay que tener en cuenta que el reciclaje del plástico es mayormente mentira y es una mafia gubernamental.

Lo bueno que tiene Occidente, y de lo que no se habla, es que permite por un lado la protesta libre (y por eso este asunto sale tanto en los periódicos) y por otro que la investigación sea también (bastante) libre. Esto ha llevado que los costes de la energía solar sean ya competitivos con los hidrocarburos. El problema serio es que el sol y el viento no son fiables como fuentes de energía constantes (por eso el precio de la luz está como está hoy día). Solo donde el mercado es libre le compensa a una empresa invertir en investigación.

Ecología: templanza

Como todo en el actuar humano, hemos reducido el problema de la contaminación a un problema de virtud. Puedo hacer muy poco pero puedo hacer algo.

En otro orden, por supuesto que conviene incentivar y apoyar el uso de fuentes de energía no contaminantes. Pero esto está muy lejos de las posibilidades del hombre corriente. Algo puede influir el ciudadano medio con opciones políticas y de consumo pero no es exigible hacerse la vida imposible a uno mismo por el problema de la contaminación (porque, seamos sinceros, lo que contamina una persona es menos que un error de cálculo en el problema global). Lo único razonable es, una vez más, la virtud.

La lucha ha de ser personal y realista. Libre de toda sensación de culpa falsa. Tu actuación humana no es mala por quemar hidrocarburos.

Luchemos, pero luchemos en paz.

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