Odiar es fácil (Etty Hillesum)
En mayo de este año leí un texto de Fernández Sangrador en la Nueva España sobre Etty Hillesum (el buscador de lne.es no es extraordinario y no lo he encontrado), una joven holandesa que murió en Auschwitz en 1943 y que dejó escrito un diario que no fue publicado —vicisitudes de la historia— hasta los años ochenta. Me apunté el asunto y un día, yendo a comprar algo a una librería, me topé con el volumen de la editorial Monte Carmelo que incluye los diarios completos (excepto un cuaderno que se perdió) y el epistolario que se conserva.
He leído los diarios, aun me quedan algunas cartas pero ya tengo materia suficiente (las cartas son una parte muy pequeña de todos los escritos).
Hay dos ideas que me han afectado: que la gracia de Dios actúa cómo y en quién Él quiere; y que “odiar es fácil”.
Dios y sus caminos
Aunque posiblemente ya haya mencionado esto varias veces, es patente en su diario cómo Dios entra en su alma y va atrayéndola a sí.
Pero no es precisamente lo que uno esperaría en una chica que vive cómo Etty (entre otros asuntos, vive matrimonialmente con un hombre con el que no está casado); lo que uno esperaría si los caminos de Dios fueran los nuestros. Por otro lado, no es ni siquiera cristiana: es judía y murió a causa de la persecución nazi.
¿Qué ocurre? Que nosotros estamos ciegos y solo Dios ve el corazón. Que las “reglas” que nosotros creemos que existen y son tan preclaras, para Dios no son más que polvo. Que la conversión es obra preeminentemente suya.
Es tremendo ver cómo una chica pasa de vivir la vida alegremente a decir, en medio de la persecución y el sufrimiento, que “la vida es bella y doy gracias a Dios todos los días”.
En realidad es incomprensible y admirable. Como es habitual en las obras de Dios.
Odiar es fácil
Esta frase la repite una y otra vez, sobre todo a sus amigas judías y holandesas que critican a los alemanes y a los nazis. Odiar es fácil: lo difícil y lo único que sirve de algo es vivir amando incluso a los enemigos y viendo que en ellos también obra Dios (es judía pero ha leído el Nuevo Testamento). Llega a decir alguna vez algo así cómo que es casi cristiana, aunque no ha dejado de ser judía.
Hay un momento en que cita una carta que le escribe un alumno suyo (daba clases de ruso) católico, en que le explica cómo para ellos, que son católicos, la visión de la madre que está bordando y del hijo pequeño que mira desde abajo y solo percibe el lío de hilos de la parte de atrás y no entiende nada, esta visión es clásica en el catolicismo; es la visión de la Providencia. Cómo nosotros solo vemos el mal (está hablando de la Segunda Guerra Mundial, cuando Alemania aplastaba Europa) pero incluso ese mal, que es objetivo, terrible, angustioso y enorme, formará parte del bordado de Dios con la humanidad y se convertirá, de una manera que somos incapaces de entender (como el niño) en algo que trascenderá toda belleza y bondad humanas.
En ese espíritu es en el que Etty razona que “odiar es fácil” pero que la misión de cada uno es —quizás no la misión pero si la posibilidad— no poner más odio del que hay: con eso uno ya está haciendo mucho. El grano de arena, sí, pero es que odiar es tan fácil.
Insisto: no desde la perspectiva facilona buenista estúpida del “hay que ser optimista”. No: la injusticia es un mal y hay que tratar de eliminarla. La indignación ante el abuso y el mal es justa. Pero odiar a las personas: eso sí que podemos evitarlo.
Esto me ha llegado al fondo del alma ahora, cuando hay varios asuntos que me afectan (mucho) y me llevan, quiéralo yo o no, a la irritación, al principio del resentimiento: la injusticia de las normas arbitrarias contra el coronavirus; la ansiedad (que todos tenemos) al vivir con angustia esta situación; la continua disputa (en lugar de una búsqueda real de entendimiento o una aceptación de las decisiones) sobre la gestión; el ataque furibundo por parte de miembros del Poder Ejecutivo al Poder Judicial (esto es despreciable); la aplicación injusta de la Ley (la Constitución) según quién sea el afectado (Madrid/Navarra y el coronavirus)…
Todo lo que he dicho que es injusto lo es, se quiera o no. Pero ¿odiar a las personas? Eso es lo fácil. Lo difícil es luchar contra la injusticia sin dejarse poseer por el rencor.
Rechazar el amargor y luchar (la fuerza no es necesariamente violencia) con paz y sin resentimiento.