El horror

En Youtube hay dos documentales de los Hermanos Sekielski, “No se lo digas a nadie” y “Jugar al escondite”, sobre el problema de la pedofilia de sacerdotes en Polonia. Solo están en polaco con subtítulos en inglés (a veces un poco confusos).

El catolicismo oficial

“Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. La estructura regional, nacional, tribal… de la sociedad humana es parte de lo que corresponde al César. Toda organización que va más allá de la familia es cultural, coyuntural y, sobre todo, política. Es irrelevante respecto de lo que Cristo ha venido a salvar: al hombre. Hago hincapié en la familia porque no hay hombre completo sin familia. Sin embargo, puede haber hombres completos en cualquier estructura social. Cristo salva al hombre (a cada uno de los hombres) no a las sociedades.

Pensar que a Cristo le interesa un “reinado sobre la tierra” es vivir en un concepto heredado de la conversión de Constantino y de la aparición de la idea de “Cristiandad” como una “sociedad política bautizada”, por así decir. Algo completamente ajeno a la salvación personal que Cristo nos ha traído. Mucho daño ha hecho este concepto… Tanto como para que se llegaran a organizar, de buena fe y pensando que era para “la gloria de Dios” campañas militares para “reconquistar los santos lugares” (de hecho, hay santos que tuvieron mucho que ver con ellas). ¿?

De ahí se llegó a la noción de “País especialmente católico”: España, Irlanda, Polonia, Francia en su día… que muchos hemos heredado como algo normal y digno de defensa e incluso de cierto orgullo. Qué tremenda confusión: ¿no es el Bautismo algo absolutamente sobrenatural? ¿Qué hace mezclado con un concepto contingente como el de “nación” (noción aun por definir, si es que puede serlo), “Estado” (algo que solo existe propiamente desde hace unos pocos siglos), “Imperio”…?

Claro: cuando ser católico forma parte de la identidad nacional, la estructura mental personal comienza a distorsionarse: todos aquellos que no son católicos no son plenamente “conciudadanos míos”, o bien todos aquellos que no son de mi nación “quizás no sean tan católicos”, o incluso “si quiero ser el mejor tipo de ciudadano, lo óptimo es ser cura”.

Y si además tu país está bajo el yugo de otro (Irlanda de Inglaterra, Polonia de Alemania o de la URSS…) entonces ser sacerdote se convierte en ser un héroe, un mártir, un testigo, ¡lo mejor!

El sacerdote es entonces, per se, alguien más allá de la crítica: solo se le puede admirar. Es una roca de la sociedad. Se confía en él de manera ciega. ¿quién se atreverá a criticarle? Es imposible que haga nada malo. Y si lo parece, será por algo…

La realidad humana

Pero todos somos iguales.

Cuando la buena voluntad ciega tanto que los candidatos al sacerdocio se aceptan sin discernir sus cualidades (y la afectividad, la madurez del corazón y el conocimiento de la propia debilidad y capacidad de maldad son cualidades clave). Cuando la sociedad se enorgullece de lo “católica que es”. Cuando las diócesis “luchan” por ser las que más candidatos presentan al sacerdocio. Cuando se cuentan las ordenaciones. ¡Ay! Entonces es cuando la realidad humana se presenta: todos tenemos pulsiones sexuales, a todos nos atrae fuertemente el sexo y es muy fácil pasar del afecto al sexo.

Cuando además la persona inmadura, o simplemente incapaz médicamente o psicológicamente de aguantar, cuando esa persona es sacerdote, es venerada por ser quien es, recibe todo tipo de parabienes y posee una autoridad indiscutida… Cuando todo eso ocurre…

Entonces la pulsión sexual se apodera de ella y esa persona se aprovecha siempre del débil: el niño (el acólito, generalmente, o el cantor del coro; cualquier alumno en el caso de un profesor…).

Esto no es más que un hecho humano estadístico completamente inteligible. Cuando te pasas, pagas. Cuando no tienes cuidado, terminas destrozando lo más frágil (lo más frágil es curiosamente lo que primero se rompe…).

Al final, la teocracia, el poder religioso humanizado siempre termina siendo sufrido por los débiles.

El horror

He visto los dos vídeos en los últimos meses. De hecho he contribuido con 20 euros a pagar los gastos.

Creo que contemplar el horror de las víctimas y la estúpida manera de intentar defenderse de los obispos (otro horror) es un paso importante para aprender. Aprender varias cosas (entre otras):

  1. La gravedad de las consecuencias (que forman parte de la consideración debida a la hora de actuar). Los heridos por este tipo de abusos van a vivir permanentemente humillados y con secuelas incurables.
  2. Que el abuso siempre sigue porque la víctima no sabe cómo salir. ¿Por qué no dejaste de confesarte con él? Esta pregunta es lo peor. Porque, tal y como explica la psicóloga a que se entrevista en “No se lo digas a nadie”: si a una mujer madura y con posibilidades no se le juzga por no ser capaz de salir de un ciclo de abuso del que es víctima, ¿cómo puedes pensar que un niño inmaduro sea capaz de aclararse cuando su héroe hace algo que él no entiende? Se le ha roto el proceso mental ordinario. No busques una explicación: no la hay.
  3. Que ya basta. La Iglesia no está para juzgar delitos excepto en aquellos aspectos que le conciernen (la comunión y los Sacramentos). El césar es quien juzga lo civil y lo penal. “Hombre, ¿quién me ha constituido juez o árbitro entre vosotros?” Fuerte expresión de Cristo renengando de la potestad civil.

Ah, la católica Polonia… Ah, la católica Irlanda. Ah, la católica España. ¡Cómo se ha convertido en ramera la ciudad fiel, la que estaba llena de justicia! (Is. 1, 21)…

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