Legalidad
En mi trabajo hay que resolver, ahora mismo, de manera urgente, un problema grave: ¿cómo evaluar a los alumnos de manera justa sin poder hacer exámenes presenciales, si llega el caso?
Hay más soluciones
Lo primero que quiero aclarar es que este problema es consecuencia de las decisiones del Ministerio y de los Rectores. Ante esta situación, lo que yo habría hecho (ya en marzo) es suspender el segundo semestre (estoy hablando de una Escuela de Ingenieros, específicamente, y de las titulaciones que otorgan “capacitaciones profesionales”), devolver la cuantía correspondiente a los alumnos, y posibilitarles realizar un examen presencial en el momento adecuado (en los dos o tres años próximos), amén de buscar medios para facilitar su formación de manera alternativa. Si quieren recibir docencia a distancia durante el tiempo del semestre, entonces no se les devolvería toda la matrícula (como es obvio).
Pero el Ministerio y el Rectorado nos han abocado a una situación a todas luces incontrolable técnicamente (la evaluación a distancia con pocas posibilidades técnicas de fraude). Esto es responsabilidad exclusivamente suya: los profesores no tenemos capacidad decisoria sobre ello.
Más tareas
A los docentes de mi Escuela se nos está inundando con información (quizás sería mejor decir “datos”: la información son datos estructurados) sobre técnicas para minimizar la posibilidad de fraude. Como bien se ve, la responsabilidad y el trabajo extra recae, otra vez, en nosotros (no en el Rectorado ni en el Ministerio).
Por mi parte, los medios técnicos que es razonable utilizar (y que voy a usar) los tengo claros y no los voy a explicar aquí.
Pero el gran problema es: ¿cómo conseguir que la evaluación sea justa más allá de la técnica?
La hora de los alumnos
En toda sociedad hay gente que se aprovecha. El mal más grave que producen no es el que causan directamente (falsear un documento, hurtar bienes, dañar la fama…). El peor mal de alguien que se aprovecha de una situación para cometer una injusticia es abusar de la confianza y quebrar, de ese modo, el pilar (el único pilar) sobre el que se asienta la propia idea de sociedad: la confianza.
Una sociedad —civil, religiosa, militar, familiar, deportiva— tiene sentido exclusivamente basada en la confianza: la asunción de que lo general es el comportamiento honrado. Solo así puede uno llevar a cabo las operaciones más elementales: comprar comida y que no esté a punto de pudrirse, tomar un autobús y llegar al destino a tiempo, sacar una entrada y tener un sitio reservado, marcar un número de teléfono y que la llamada llegue al destinatario, meter el dinero en el banco y que siga ahí, cruzar la calle con el semáforo abierto y que no le atropellen…
Las leyes son inútiles sin confianza. Las leyes no existen “para ordenar la sociedad” (existen para defender al débil). Solo puede haber leyes donde ya existe una sociedad suficientemente segura (confiada): allá donde hay mafia, no hay ley. Si puedes comprar a la policía, vives en peligro continuo (y una sociedad es, sobre todo, fuente de seguridad).
En fin: un grupo de personas sin confianza mutua no una sociedad: es solamente “gente”.
Ha llegado el momento de que los alumnos (hasta ahora meros receptores de los bienes de la sociedad civil) pongan de su parte. Que demuestren que sí: que ellos entienden su papel de miembros de una sociedad. Que se dan cuenta de que hacer trampas daña el delicado tejido de la confianza. Que, en fin, la sociedad puede contar con ellos como miembros dignos.
Sé que habrá fraude.
Pero tengo confianza en que serán los menos. ¿Por qué?
Porque la alternativa es odiosa: vivir en un país asocial. Vivir en el caos. Me niego a aceptarlo.
Ha llegado el momento de demostrar vuestra verdadera valía. El momento en que, pudiendo fingir, actuéis honradamente. El momento de la verdad: ¿se puede contar conmigo o valoro mi actos por el provecho que saco? Esta es la gran pregunta.
Es el momento de la prueba.
No os hagáis daño.