#Eutanasia

Ya ha empezado.

Con la tradicional excusa de los casos extremos (y forzados, también gracias al ansia de noticias morbosas y al cine), se va a aprobar (de esto no cabe duda) una ley de eutanasia en esta legislatura. Era de esperar, tras toda la presión artificial generada por algunos partidos políticos.

Los casos extremos son mala guía para la legislación.

Definiciones claras

Eutanasia es el acto de provocar la muerte de una persona con el fin de terminar o abreviar su sufrimiento. Lo importante es el “acto de provocar la muerte”: la sedación, que consiste en aliviar el dolor y que, como consecuencia, puede acelerar la muerte, no es eutanasia (puede serlo, sin embargo, en el corazón del médico o del familiar que la solicita, pero esto es un juicio interno que solo compete resolver al interesado).

Suicidio asistido es el acto de colaborar en un suicidio, sin más.

El “sentido de la vida”

Hay numerosas excusas para defender la eutanasia: el derecho a una “vida digna”, algo que nadie explica pero cuyo significado está siempre relacionado con “depender de otros para las funciones excretoras”, más o menos “no quiero hacérmelo encima”; el derecho a la “independencia” en las decisiones vitales (quiero ser yo quien decida cuándo termino mi vida, y cuándo ha dejado de ser valiosa); el derecho a “no ser una carga para los demás”…

Pero cualquier posición que defienda que una vida humana puede dejar de “ser digna”, por el motivo que sea, se basa en una idea funcional de la vida humana: que esta “necesita un sentido” para ser vivida. Que la vida humana solo tiene sentido si “sirve para algo” (ya sea “ser feliz”, “ayudar a los demás”, “amar y ser amado”, “trabajar”…). En fin, que la vida humana no tiene un valor intrínseco, sino que solo vale como “medio” para otra cosa.

Justo eso es lo erróneo.

Solo si la vida humana está más allá de cualquier concepción mediática podemos salvarla.

Si la vida humana es un medio (para cualquier cosa) entonces se da la posibilidad de la comparación entre “fines” como mejores y peores. Además, si el fin para el que uno vive deja de ser posible, entonces tal vida queda frustrada completamente y pierde su sentido (¿es esto humano?). Si la vida es un medio, no tiene un valor intrínseco, solo tiene el valor derivado del fin. Si la vida es un medio, es despreciable.

Curiosamente, el deprimido es quien ve que su vida no tiene sentido. Y, desde siempre, la depresión ha sido considerada una enfermedad: estar “melancólico” (en el lenguaje clásico), no tener “ganas de vivir”, se percibe como un mal que requiere ser erradicado, porque la condición ordinaria de la persona humana es querer vivir. Por eso la psiquiatría es tan importante: porque ayuda a la persona a recuperar las ganas de vivir (no “el sentido de la vida”, sino “las ganas de vivir”, sin ninguna causa propia).

Cuando se presenta como caso normal a un tetraplégico que ha perdido las ganas de vivir, se está forzando el sentido de la expresión y se está convirtiendo lo causado por una enfermedad (llamémosla depresión para simplificar) en un argumento racional. Se está defendiendo que cuando un deprimido quiere saltar de un puente, no solo hay que dejarle hacerlo sino que sería lícito ayudarle. Se está forzando el sentido de las palabras y se está insultando a los hijos de los suicidas. Se está faltando a la verdad.

Esa persona no necesita morir. Esa persona necesita, sobre todo, un médico. Desde luego, no necesita ayuda para suicidarse.

Y, sobre todo, esa persona necesita que se le explique que su vida no tiene “un sentido”, lo que tiene es “un valor”, una “dignidad”. Necesitar ayuda para todo, también para las funciones elementales, no es indigno del hombre: nacemos así. Y así moriremos casi todos.

La vida humana no tiene sentido: está por encima de tal concepto.

Insultar a los médicos

Por otra parte, es un insulto y una aberración pretender que los médicos se encarguen de causar la muerte o ayudar a causarla. No nos engañemos: esta ley irá evolucionando y llegaremos al punto en que los médicos estén obligados bien a llevar a cabo la eutanasia o a indicar los medios para conseguirlo: justo lo contrario de su profesión.

Esta es la mejor manera de eliminar a los cristianos (y, en general, a las personas religiosas) de la profesión médica: forzarles a ir contra su conciencia o a abandonar la práctica médica. Qué modo tan eficaz.

Solo espero que el ejemplo de los cristianos perseguidos sea luz hoy día para los afectados: no puedo hacer el mal para conseguir un “bien posible”. Nunca. Es preferible la muerte, o quedarme sin trabajo (y que mi familia pase necesidad), o perder la fama (y conmigo mi familia)… Nada justifica hacer el mal. Eso nos enseñaron y así debemos vivir.

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