Hace unas semanas escribí en esta colección de textos una versión en castellano de un capítulo de un libro que acabo de terminar: “Hope against Hope”, de N. Mandelstam, una edición en inglés. Estoy ahora a punto de acabar otro, “Thomas Aquinas”, de Denys Turner.

Hope against hope

El título significa “Esperanza contra esperanza”, aunque es un juego de palabras, puesto que Nadezhda, que es el nombre de la autora, significa “Esperanza” en ruso. Como ya dije en su día, son las memorias de la vida con su esposo, el poeta Osip Mandelstam, en los años desde el primer arresto de este y hasta su muerte en un campo de prisioneros de tránsito, camino del Gulag (Solzhenitsin diría que eso ya es el Gulag), tras el segundo.

El segundo mandamiento de la Ley de Dios es “no tomarás el nombre de Dios en vano”. Esta tarde me he acordado de él por comparación, precisamente, con el Partido Comunista en un país sometido a él: uno puede, habitualmente, tomar el nombre de Dios en vano y lo más probable es que Dios no le haga nada (al menos ahora mismo). No hablo de un país bajo un régimen teocrático, eso es otra cosa y quien “hace algo” no es Dios, es quien se pone “en su lugar”. Sin embargo, en un régimen comunista, tomar el nombre del Partido en vano tiene consecuencias.

Y no solo tomar el “nombre del Partido en vano”: todo lo que el Partido sacralice.

Los recuerdos de N. Mandelstam, dejando de lado todo lo relativo a la literatura y al modo de componer de su esposo (uno de los grandes poetas rusos —no soviéticos— del siglo XX), son una colección tremenda de escenas de opresión, de persecución, de abandono por parte de amigos que aprecian más la supervivencia que la amistad, y de ayuda por parte de amigos verdaderos y de desconocidos anónimos. Todos ellos aplastados por el Partido. Todos.

Porque el Partido tenía ojos y oídos por doquier.

Lo que terminó con Mandelstam (al menos en la opinión de su esposa, que es la más creíble) es que le dio una bofetada a Alexei Tolstoi: el poeta soviético por antonomasia en los años treinta. Y se la dio en público, por hacer bromas sobre su mujer. De hecho, el libro comienza así: “Tras haber abofeteado a Alexei Tolstoi, Mandelstam volvió a Moscú”. La excusa que el Partido encontró para arrestarle (dos veces) fue que había escrito un poema (de unos veinte versos, que aparece en el libro) sobre Stalin en 1933 (“escrito” es mucho decir: lo había manuscrito para no olvidarlo y lo recitó en público unas pocas veces a unos pocos amigos supuestamente faibles). La bofetada le mató, la excusa fue este poema (versión del inglés):

Vivimos, sordos a la tierra bajo nosotros, A diez pasos nadie oye nuestros discursos

Pero donde no hay ni siquiera media conversación El montañero del Kermlin recibirá la mención debida.

Sus dedos son gordos como larvas Y las palabras, terminantes como pesas de plomo, caen de sus labios,

Sus bigotes como cucarachas miran lascivamente Y los topes de sus botas brillan.

A su alrededor un bullicio de líderes de delgado cuello— Mediohombres aduladores con los que juega.

Relinchan, maullan o gimen Mientras él parlotea y apunta con un dedo,

Una a una forjando sus leyes, para ser lanzadas Como herraduras a la cabeza, el ojo o la ingle.

Y cada muerte es una delicia Para el osetio de ancho pecho.

Un mundo extraño

Me ha sido fácil entender todo el libro porque he leído a Solzhenitsin (El archipiélago Gulag, Un día en la vida de Ivan Denisovitch, El primer círculo, …), a Eugenia Ginzburg (El vértigo) y otros documentos sobre la era soviética. Sin ese prólogo me habría sido más complicado hacerme cargo y aceptar el terrible mundo que describe la autora: un mundo en que la mentira se vuelve algo necesario para sobrevivir. En que la confianza es lo extraordinario y el silencio sobre cualquier opinión conflictiva, imprescindible.

Pero opiniones confilctivas que pueden aparecer sin previo aviso: de pronto, defender la Evolución puede ser antisoviético. O hablar de la Relatividad sin poner por delante que es una teoría antisoviética (si es que es la época en que es antisoviética). O, de repente, se hace necesario criticar a un jefe que ha caído en desgracia. O los niños tienen que tapar de sus libros de texto las fotografías de quienes han sido infieles al Partido. O tu marido puede pensar contra la ideología suprema y, legalmente, estás obligada a denunciarlo. O… a tus padres.

Un mundo en que ocultar el pensamiento propio es literalmente vital. Y en el que el capricho del líder determina la verdad.

Un mundo en que cada noche puede venir una pareja de la Secreta para arrestar a alguien de tu casa (¿a ti mismo?) y hacerle desaparecer (15 años sin derecho a correspondencia, i.e. “fusilado”).

Un libro necesario para descubrir lo importante que es defender la libertad de expresión, en esta época en que expresar una opinión contraria a la mayoría conlleva, por lo general, la exclusión social y la destrucción de la propia imagen.

Un libro enriquecedor. Lleno de dolor pero también de esperanza y de confianza en los hombres, en general: en la gente corriente y también en los buenos amigos. Doloroso y luminoso.

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