Cuaresma y demás

En el Evangelio de san Mateo, el pasaje que se lee en el Miércoles de Ceniza (creo que todos los años se lee el mismo), me llama la atención por el orden en que Cristo establece las prácticas de piedad. El texto está en el capítulo 6.

“Cuando des limosna, […], cuando ores, […], cuando ayunes”.

En ese orden habla el Señor.

Hace muchos años un amigo me preguntó qué sentido tenían el ayuno y la abstinencia en cuaresma. Entonces no supe qué decirle porque todavía pensaba que era una práctica meramente ritual y porque tampoco me daba cuenta de que el ayuno y la abstinencia, de por sí son vacías e inútiles.

Solo como medio para la limosna (que no tiene por qué ser físicamente monetaria pero parece que es conveniente) tiene sentido la práctica del ayuno. Y solo como consecuencia de la conciencia de pecador, que se adquiere por medio de la oración. Pero tanto la oración como el ayuno están supeditadas a la práctica de la limosna. Sin ellas, son mera hipocresía.

El Antiguo Testamento está lleno de llamadas a esa conversión: “vuestros sacrificios me son insoportables y los detesto”. “Ayudad al pobre y salvad a la viuda”… Dios no quiere nada si nuestro corazón está cerrado a las necesidades de los demás. Él solo atiende a quien atiende al prójimo. Y, por supuesto, nuestro sufrimiento (ayuno, abstinencia, mortificación, lo que sea) le es indiferente e incluso despreciable si no se realiza como medio o camino de conversión del corazón.

Por lo demás

Se habla mucho sobre la responsabilidad de los obispos en los abusos a niños. Tengo para mí que parte grande de esta responsabilidad es buscar que haya muchos sacerdotes sin discernir ni aclararse: por el mero motivo de que “hay mucha gente que atender”. Y lo que debería ser una respuesta a una pura “llamada” de Dios —que se percibe en el interior del corazón— se convierte en una búsqueda activa de candidatos al sacerdocio. De manera que “se ordenan” personas claramente incapacitadas. Y, cuando a alguien se le exige más de lo que puede dar, se rompe.

Por supuesto, la responsabilidad primera está en cada individuo. Pero ser obispo no es fácil y me parece que se asumió esta carga sin una clara visión de su dificultad. Y que al grito de “bueno, ya se le pasará cuando crezca”, se exigió a muchos hombres incapaces de ser célibes algo que no podían dar. Y que de por sí lleva a la aberración, pues exigir la abstinencia total a quien no puede darla es ponerle en un grave peligro de acceder a la aberración (mucho más si se le facilita una posición de poder como es la de párroco, catequista o maestro).

En fin: se trató la vocación sacerdotal como el acceso a un club o la afiliación a una organización. En lugar de verla como lo que es: un don de Dios que debe discernirse.

“Hace falta gente” es una mala motivación en la Iglesia.

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