¿Sufre Dios? (Un libro)

Los Reyes me trajeron este año el libro Does God Suffer? del franciscano Thomas Weinandy. Me hacía ilusión leerlo para saber cómo argumentaba el autor sobre el problema en cuestión. Acabo de terminarlo, aprovechando el tiempo que he tenido durante el mes de agosto, tomando el sol y el fresco nocturno a los pies de la montaña leonesa.

El Holocausto y Dios

El siglo XX no inventó el sufrimiento sin más pero sí, desgraciadamente, el sufrimiento en masa, a escala mundial, producido en serie, automatizado e institucionalizado (quizás las hordas de Genghis Khan hicieron algo parecido pero sin la lamentable eficacia del nazismo ó del comunismo).

Muchos cristianos nos preguntamos, a la luz de los holocaustos del siglo pasado, qué puede significar que Dios sea “misericordioso y compasivo”: la pregunta de siempre “¿cómo es posible que permita el sufrimiento del inocente?” se ha vuelto más apremiante cuando el inocente se cuenta por millones.

Algunos teólogos y muchos cristianos piensan que un Dios que no tenga capacidad de sufrimiento no puede ser un Dios que ame al hombre y se compadezca. Después del holocausto, no podemos creer en un Dios impasible. O Dios sufre o no existe, vienen a decir.

No es una postura marginal: da la impresión de que la imagen de una madre que dijera “tengo compasión de mi hijo que se muere” y no llorara ni sufriera sería una imagen hipócrita. Y, si así es una madre, ¿cómo será Dios?

Como dice Weinandy, esa es una respuesta que parece resolver el problema (para que Dios sea misericordioso, hace falta que aceptemos que sufra) pero que elimina el misterio (la compatibilidad entre la trascendencia de Dios y su relación con los hombres). Al tratar de “resolver un problema”, se defiende una postura que destruye la fe. Pues un Dios que sufre es un Dios al que le falta algo. Y, si le falta algo que no tiene, ¿de qué estamos hablando? de una criatura.

Que los Holocaustos sean incomprensibles no exige que Dios tenga que ser inteligible. Al contrario: exige que indaguemos con más cuidado en el significado de su trascendencia y su compasión y cómo estas pueden ser compatibles. Exige que aceptemos el misterio (“no lo entiendo”) pero que tratemos de ilustrarlo (“pero sé qué es así, veré cómo es posible”).

Salvaguardar al hombre

Un Dios al que le falta algo (la clave para que haya sufrimiento, que no es más que la tensión del deseo sin posesión) es un Dios que no es plenamente trascendente; es un Dios que está al mismo nivel que la creación; es un Dios necesitado. Y, por ende, es un Dios que no está más allá del ser material.

Pero solo un Dios totalmente ajeno (en sentido metafísico, no intelectual) a la materia puede ser el sustento del ser material (el sustento metafísico): solo un Dios totalmente trascendente (i.e. no condicionado por la realidad material) puede ser absolutamente inmanente (i.e. SER el donante de la existencia de todo lo demás, sustentar y permear todo lo que existe). Solo si Dios es impasible puede vivir en el corazón del hombre. Solo un Dios lejano puede ser el creador y el padre de todos.

Y solo así tiene sentido que Dios ame al hombre: un Dios “ocupado” en su sufrimiento (es decir, tensionado por el deseo no satisfecho, que eso es el sufrimiento) sería un Dios centrado en sí mismo (satisfacer su deseo). Cuando sabemos perfectamente que, si Dios es algo, es una Trinidad de relación amorosa perfecta, de don completo.

Dios no puede sufrir si queremos que pueda compadecerse del hombre.

Y sabemos que lo hace (basta leer las palabras de Isaías: aunque una madre se olvidare del hijo de sus entrañas, yo no te olvidaré). La cuestión es intentan profundizar en esta dualidad aparentemente incompatible.

El Verbo hecho hombre

En lugar de “resolver el problema” (algo que Dios hace muy pocas veces, pues le importa poco la existencia de problemas), lo que Dios hace es, realmente, mostrar su misericordia y, de una manera inimaginable, hacerse capaz de sufrir: hacerse hombre.

Dios no puede sufrir. Pero Dios hecho hombre sí (este es el misterio). Como explica Juan Pablo II, Dios no tiene respuesta para el sufrimiento humano pero ha decidido acompañarnos: se ha hecho hombre y ha muerto en una Cruz. Desde entonces, y en este contexto, el hombre puede afirmar que Dios “…se ha hecho hombre, padeció bajo el poder de Poncio Pilato…”.

Gran parte del libro está dedicado a explicar cómo esta fe en que se afirma que Dios (el Verbo) ha muerto en la Cruz, que María es Madre de Dios, etc. no es una fe “desarrollada por la teología”: es la realidad expresada con propiedad. Los teólogos profundizaron en ella porque la Iglesia siempre habló así. La teología (y los dogmas) afirma esas verdades porque así se enunció siempre la realidad (este es el problema que se denomina técnicamente de “comunicación de idiomas”).

En fin: un libro excelente y serio, quizás algo prolijo en algunos momentos. Con un abundante estudio de las fuentes de los Padres de la Iglesia. Me pareció muy enriquecedor.

Índice

Comentarios (Disqus)

Comentarios gestionados porDisqus