Graduación

El jueves pasado asistí a la graduación de un amigo. Termina este mes el grado de Educación Primaria y, si Dios quiere, empezará a trabajar ya en septiembre. Tenía (él) muchas ganas de que yo fuera al acto y me invitó.

Como en todo acto académico, uno debe estar preparado para lo peor. Pero me llevé una sorpresa.

La idea más agradable que tuvieron los organizadores fue sustituir la “clase magistral” por una breve actuación lírica de una soprano acompañada por un pianista. Agradable, corta y entretenida. Mucho mejor que un discurso borroso sobre el futuro profesional y, lo que está más de moda, decir que “la Universidad no vale para nada, lo que cuenta es la iniciativa, la motivación y la constancia.” Como si esto no formara parte de lo necesario para graduarse.

El Decano de la Facultad Padre Ossó (donde estudia mi amigo) se encargó del discurso de despedida por parte del profesorado. Una de las intervenciones que más me gustó fue la de la alumna que pronunció unas palabras en nombre de la promoción: fue breve, amén de amable para sus compañeros y nada pretenciosa.

Siento decir que los discursos insitucionales (Directora General de Universidades y Rector de la Universidad de Oviedo) fueron escasos: elementales, llenos de palabras vacías (“competencias”, “habilidades”, “formación permanente”…) y de citas de mala calidad (por cierto, Eistein puede ser una autoridad en Física pero no lo es ni en Educación ni en Ética general, aunque no recuerdo quién lo citó).

Señor Rector: no se puede comenzar ningún discurso diciendo “no tengo nada más que aportar”. O, si lo hace, seguir con “he terminado” y acabar.

Alguien trató a los graduados con dignidad

La gran grata sorpresa vino por parte de quien, a priori, menos puede uno imaginarse en este contexto: el Vicario General de la Diócesis de Oviedo, don Jorge Fernández Sangrador, presente en vez del Obispo, Presidente de la Fundación que apoya a la Facultad.

Está claro de Sangrador es un intelectual. Pero nos dejó también claro que es un señor respetuoso y consciente. Su discurso fue breve, directo, claro, actual, afectuoso y —esto para mí es lo más importante en un acto académico— dirigido al intelecto. Me alegra decir que trató a los graduados (y a todos los presentes) como a personas adultas, maduras y capaces de pensamiento abstracto. Me enorgullece tener a un señor así como Vicario General.

Y, por contraste, me humilla tener al señor que tengo como Rector.

Quién lo diría, ¿verdad? Que el oscurantista, anclado en el pasado, ignorante de la ciencia moderna… (no son mis palabras, claro), venga a la Universidad y nos dé un repaso sobre algo tan elemental como “hablar en público a hombres mínimamente maduros”. Un discurso excelente y un conocimiento magnífico de la situación en la que están los recién graduados y del esfuerzo que han realizado y realizan sus familias.

Qué bien. Muchas gracias.

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