Obedecer

Por experiencia he visto (dejando lo que en muchas partes he leído) el gran bien que es para un alma no salir de la obediencia.

Eso dice Santa Teresa de Jesús en sus Fundaciones y lo pone como la explicación o la causa de que se decida a escribir un libro sobre su trabajo como refundadora de una Orden.

Desde que uno nace, la obediencia es una parte muy grande de la vida. En todos los contextos no anárquicos (y también en estos…) una persona está sujeta a la autoridad y/o a la potestad de otros. Llevar a cabo lo que la autoridad manda es lo propio de la obediencia.

Debería hacer un inciso y explicar la diferencia radical entre autoridad (cualidad de quien transmite la verdad y el deber ser) y potestad (cualidad de quien es capaz de coaccionar) pero no va a ocurrir. Solo quiero, con este texto, dejar claras un par de ideas para aquellos amigos míos que tengan dudas sobre la naturaleza de la obediencia en el siglo XXI, en un contexto cristiano.

La Voluntad de Dios

La lectura del epistolario de la Santa (publicado, por ejemplo, en las obras completas recopiladas por la BAC) aclara totalmente qué noción tenía ella sobre esta virtud como carmelita. Y, sobre todo, qué naturaleza tenía para ella la autoridad de su director espiritual.

La expresión “la voluntad de Dios” me es muy desagradable, quizás ya lo he dicho. Sobre todo porque en la gran mayoría de las ocasiones (incluyendo aquéllas en las que una persona se plantea una decisión vital), Dios no tiene una voluntad específica. La voluntad de Dios es nuestra santificación (eso dice san Pablo) y todo aquéllo que no sea pecado puede ser medio de santificación. Hay veces en que uno tiene cierta convicción de que “Dios quiere” algo concreto. Pero esto ocurre en escasísimas ocasiones y la certeza absoluta es casi imposible en esto. Amén de la necesaria prudencia (viene aquí al caso el genial “Temor y Temblor” de Kierkegaard: ¿quién tendrá la osadía hoy día de decidir matar a su propio hijo con la explicación de que “Dios se lo pidió”? (esta es una de las grandes preguntas que el danés se hace en ese librito).

Lo único que deja claro santa Teresa en su epistolario, sin decirlo explícitamente, es que, en la relación de dirección espiritual o de sujeción a obediencia “legal” (y este contexto es importantísimo), la Voluntad de Dios es realizar lo que manda la autoridad, aunque eso vaya contra lo que Dios quiere (siempre con la ausencia de pecado).

Sorprende ver cómo, una y otra vez, el Señor se aparece a Teresa, que ya le reconoce, y le pide algo. Pero lo que siempre le deja claro —el propio Cristo— es que haga lo que le diga su confesor.

Es decir: la Voluntad de Dios no es “lo que me mandan” sino “hacer lo que me mandan” aunque eso vaya contra los deseos del propio Dios (insisto, en ausencia de malicia en lo mandado).

Igual que la Voluntad de Dios es también la libertad del hombre, por encima de la vida de Cristo (por eso Cristo murió, porque dejó actuar al hombre).

Esto es fuerte pero es, creo yo, radical para entender cómo ha de vivir la obediencia un cristiano (incluyendo los niños, incluyendo la obediencia en lo legítimo a la autoridad): siempre y cuando no se oponga al bien, la palabra de la autoridad ha de seguirse.

Por supuesto, hay circunstancias (y en la vida civil puede haber muchas) en que el bien requiera enfrentarse a mandatos legales. Esto también lo vemos en la vida de la Santa: no pocas veces habla de las autoridades eclesiales y del Carmelo Calzado de entonces como entidades a las que se enfrentaba. Porque ahí sí que no podía obedecerles a ellas.

El cuarto mandamiento (y la obediencia cristiana en general) no son un cheque en blanco a las autoridades. El cuarto mandamiento es la expresión textual de la necesidad de la autoridad y de la humanidad de la potestad jurídica y coercitiva. La voluntad de Dios es secreta y está en el corazón de cada uno.

Mis pensamientos no son vuestros pensamientos ni mis caminos no son vuestros caminos.

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