Una carta por la muerte de G.M. Hopkins

Disculpas por la larga espera… Gracias a Dios llevo más o menos un mes y medio enganchado a unas cuentas que pueden dar fruto en un buen trabajo sobre singularidades de curvas y campos de vectores y, la verdad, ya me ha costado bastante no pensar en ello durante los fines de semana como para conseguir escribir algo coherente. Pero he tenido unos cuantos impulsos y creo que ha llegado el momento de ofreceros algo.

El 8 de junio de 1889 murió Gerard Manley Hopkins de un tifus (aunque la causa de que fuera mortal es casi seguro su debilidad general originada por la larga depresión que sufría). El 12 de agosto, Coventry Patmore (uno de los poetas victorianos más relevantes) escribe la carta que traduzco a continuación, dirigida al gran amigo de toda la vida de Hopkins, Robert Bridges, quien fue “Poet Laureate” (el poeta oficial del Imperio) de 1913 a 1930. Ambos apreciaban a Hopkins, la persona y el poeta. Bridges fue quien se encargó de la publicación de sus obras, póstumamente.

Para ponerlo en contexto, digamos que ese como si Azorín escribiera a Pío Baroja sobre un tercero.

La carta

Hastings, 12 de agosto de 1889.

Mi apreciado Bridges,

Puedo entender bien la terrible pérdida que ha sufrido por la muerte de Gerard Hopkins —usted, que vio de él mucho más que yo. Pasé tres días con él en Stonyhurst y él estuvo una semana aquí conmigo; y esa, aparte de una bastante extensa correspondencia, es toda la comunicación que tuve con él; pero esto fue suficiente para despertar en mí una reverencia y afecto cuyo par solo he sentido por otro hombre, Frederick Greenwood, quien durante más de un cuarto de siglo ha sido el único político y periodista honrado y heróico en nuestra degradada tierra. Gerard Hopkins fue el único hombre ortodoxo y, hasta donde yo puedo ver, santo en quien la religión no causó en absoluto ningúna estrechez en sus opiniones y simpatías. Un Católico de la más escrupulosa observancia, podía sin embargo ver al Espíritu Santo en toda bondad, verdad y belleza; y había algo en todas sus palabras y modos de actuar que era a la vez reprensión y atracción para quienquiera que pudiera simplemente aspirar a ser como él. La autoridad de su bondad fue tan grande para mí que eché al fuego el manuscrito de un librito —una especie de “Religio Poetae”— solo porque, cuando lo hubo leído, dijo con una mirada grave, “Eso es contar secretos.” Este librito había sido obra de diez años de meditaciones continuas y habría causado más efecto que el todo resto de lo que he escrito; pero su duda fue determinante para mí.

Me alegro mucho de que vaya usted a escribir un recuerdo de él. Está muy bien que se imprima privadamente. Yo, como uno de sus amigos, protestaría ante cualquier intento de compartirle con el público, a quien poco de lo que era más verdaderamente característico de él podría comunicársele.

Verdaderamente suyo,

Coventry Patmore.

Fuente

El original está publicado por R.K.R Thornton y Catherine Phillips en “The Collected Works of Gerard Manley Hopkins. Vol. II, Correspondence 1882-1889. Oxford Univ. Press. 2013.”

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