Excelencia y fama
Un extracto de otra carta de G.M. Hopkins a su amigo y escritor R. Bridges (quien llegaría a ser “Poet Laureate” de 1913 a 1930).
Nótese (para mí es importantísimo) la procedencia de la carta: University College, donde estudió James Joyce, quien por aquel entonces, debía de estar cerca de matricularse.
De una carta a R.W. Bridges
Univ. College, St. Stephen's Green, Dublin. 13 de octubre de 1881
[…] Por cierto, lo digo explícitamente y delante de Dios, me gustaría que tú y el canónigo Dixon y todos los poetas de verdad recordarais que la fama, el hecho de ser conocido, aunque por sí misma es una de las cosas más peligrosas para el hombre, es, sin embargo, el verdadero y dispuesto aire, elemento y lugar del genio y de sus obras. ¿Para qué son las obras de arte? Para educar, para hacer de norma. La educación existe para la multitud, las normas son para utilidad pública. Producir, por tanto, sirve de poco salvo que lo que produzcamos sea conocido, y si conocido, conocido ampliamente, cuanto más ampliamente mejor, pues es por este ser conocido por lo que produce su obra, su influencia, cumple su deber, hace el bien. Debemos, por tanto, intentar ser conocidos, apuntar hacia ello, poner los medios para alcanzarlo. Y esto sin hincharnos en el proceso u enorgullecernos en el éxito. Más aun. Además, somos caballeros ingleses. Una gran obra por un caballero inglés es como una gran batalla ganada por Inglaterra. Es un laurel inmarcesible. Será incluso admirada y alabada por quienes odian a Inglaterra (como Inglaterra es peligrosísimamente odiada) y les hará bien, a esos que no desean ni siquiera recibir sus beneficios. Así que es incluso un deber patriótico exigirse escribir poesía y asegurar la fama y la permanencia de la obra. El arte y su fama no interesan en realidad, espiritualmente no son nada, la virtud es el único bien; pero solamente atrayendo el infinito se puede, con un juicio justo, hacer que parezcan infinitesimales o pequeñas o menos que vastamente enormes; y en esta visión ordinaria de ellas es como me aplico a ellas, y la regla segura para tratar con ellas es lo que Cristo nuestro Señor dijo de la virtud: que vuestra luz brille ante los hombres para que vean vuestras buenas obras (digamos, de arte) y glorifiquen a vuestro Padre que está en los Cielos (esto es, reconozcan que no tienen una excelencia absoluta propia y que son pasos en una escala de excelencia infinita e inagotable).