Refugiados
Cuando salió en todas las portadas de los periódicos nacionales e internacionales la fotografía de un niño de clase media ahogado en la costa turca, todos nos pusimos histéricos.
Sobre todo los políticos europeos comenzaron su clásica actuación teatral en la que parece que están ocupadísimos resolviendo los problemas de cada uno de los hombres —los tuyos también, mon semblable— y a la vez transfiriendo la responsabilidad de los problemas a terceras partes: ya a los ciudadanos, ya a los gobiernos de otros países. Pero eso sí, todo lleno de grandes palabras y circunloquios sobre la gran unidad y fraternidad europeas que llevarán la paz al Cosmos y salvarán por fin a la humanidad de todo pecado. Esta actuación teatral les lleva tanto tiempo que no consiguen hacer otra cosa y los problemas quedan soslayados hasta que ya no tienen solución. O no hay más solución que la que el sentido común dictaba desde hacía tiempo.
Para ejemplo, la guerra en la antigua Yugoslavia y la crisis de refugiados de Kosovo.
Resulta que somos insolidarios
No basta con que la clase política gobernante se dedique a hacer teatro a costa del contribuyente. Además, los periódicos saben muy bien que hacer sentir culpable al ciudadano de algo en lo que poco puede hacer es una gran manera de vender. Claro: el ciudadano —mon semblable, mon frère— piensa que él es insolidario, pero “hay que ver el vecino, que tiene mucho más dinero y varias fincas y es incapaz de ayudar al prójimo, ese sí que debería acoger a varios refugiados, no yo que no puedo.” Esto vende mucho, así como satisfacer la curiosidad de saber quiénes eran los padres del citado niño, cómo murió, cuántos más han muerto…
Y más aun: los políticos europeos se han tomado la libertad de hablar de “países insolidarios.” Tal y como estaban las negociaciones, resulta que España era (por lo menos por entonces) uno de ellos.
Insolidarios.
¡Lo que faltaba!
El rapto de la virtud
Cualquier trabajador español “legal”, sea autónomo o sea un empleado por cuenta ajena, dedica una buena cantidad de su salario —especialmente los empleados— a la Seguridad Social. Esto que tomamos como un hecho evidente y “necesario” —así nos lo ha hecho creer el Estado Español— es una manifestación concreta de que, con el fruto de su trabajo, cada ciudadano español que cobra un sueldo está, ipso facto, atendiendo a las necesidades directas de las viudas, los enfermos y los jubilados del país. Más aun: lo está haciendo directamente pues ese dinero que pertenece a su salario se dedica, sin más, a esos gastos —porque es obvio que antes que invertir en el futuro, es necesario cubrir el presente. Si quiere venir Guindos y contarme una novela sobre “la cobertura de las contingencias futuras que hay que prevenir con el capital presente” puede contármela pero yo hoy dejo de percibir varios cientos de euros y hoy mismo mi madre recibe una pensión de otros varios cientos; este flujo de capital, que corresponde a la seguridad social, ocurre hoy en presente. Lo demás son pamplinas.
¿A dónde voy?
A afirmar que nadie tiene derecho a decirnos a los españoles que somos insolidarios. Primero de todo.
Segundo: antes que ocuparnos de los refugiados, los ciudadanos españoles tenemos la obligación de ocuparnos de los que ya tenemos aquí. Es bello y hermoso decir “alguien debería dar casa a toda esa gente que sale de Siria.” Pero ¿cómo consigue alguien decirle eso al Ministerio? ¿Hay manera de comunicárselo? ¿Es justo que el ministerio acoja a refugiados en casas particulares y no haga lo mismo con los miles de indigentes que ya hay?
Tercero: como le dije a un amigo hace unos días, “pensar en más de tres personas a la vez es inútil: uno se pierde.” De repente, todos estamos histéricos, preocupados, echándole la culpa al vecino (Hungría, principalmente), agobiados con los refugiados, “hay que hacer algo.” Preguntándonos si “seremos tan ciegos de olvidarnos que nosotros fuimos refugiados en la Guerra Civil.” Todo muy bello y estremecedor.
Mmmhh… ¿Cuántos refugiados has visto, mon frère? ¿Se puede hacer algo por alguien a quien no puedes acceder? ¿Ha habido alguien en España que se haya negado a ayudarles, (aparte de los gobernantes pero esos ya sabemos lo que van a hacer)? Entonces, ¿de qué estás hablando?
Y los húngaros, esos asquerosos fascistas recalcitrantes
“Les han echado gases lacrimógenos a los refugiados.” “Ponen alambradas para que no entren.” “Han utilizado cañones de agua.”
Los húngaros, siempre tan terriblemente opresores por el gobierno de ultraderecha que tienen.
Me pregunto cómo es posible organizar a varios miles de personas cerca de un puesto fronterizo si estas personas tienen prisa por entrar, están hambrientos, pasan frío, viajan desorganizadas, no hablan el idioma del lugar y, en un cierto momento, tratan de forzar el paso por el puesto. ¿Les entrego unos folletos a todo color con las normas de educación locales? ¿Les doy unos cursos intensivos de civismo?
¿Qué hago?
Pero claro, hoy día tenemos miedo al uso de la fuerza.
Porque confundimos fuerza con violencia. Y así nos va: no nos atrevimos a intervenir en Siria cuando el problema era pequeño y ahora tenemos un lío mucho mayor.
Ya lo decía la Escritura:
Pasé junto al campo del hombre perezoso,
Y junto a la viña del hombre falto de entendimiento;
Y he aquí que por toda ella habían crecido los espinos,
Ortigas habían ya cubierto su faz,
Y su cerca de piedra estaba ya destruida.