Trabajadoras exitosas y (luego) madres
Facebook y Apple, hace más o menos una semana, han anunciado que sus empleadas podrán acogerse a un programa gratuito de congelación de óvulos para que su trabajo actual no les impida ser madres en el futuro.
Esto ha generado respuestas de todo tipo, tanto a favor –qué idea tan interesante, para que la mujer pueda compaginar su trabajo presente y su capacidad de ser madre– como en contra –estas empresas tan machistas están, con este subterfugio tratando de esclavizar a las mujeres en edad fértil y, cuando ya no sean útiles, abandonarlas; eso sí, con la ilusión de “ser madres.
Aunque me identifico más con la segunda postura, por mi parte, veo el asunto como una manifestación más de la tendencia humana en el siglo XXI a entender la libertad como la “apertura a posibilidades” en lugar de “posesión y dominio del propio ser.”
La cultura en que vivimos entiende la libertad como la “posibilidad de ser algo”, opuesta a la “imposibilidad de elegir.” Podríamos decir que se ve la libertad como la “potencia total”, de manera que uno es más libre en función de la cantidad de maneras de ser que posee. Por ello, por ejemplo, se piensa que la libertad sexual consiste en la “posibilidad de decidir mis gustos y mis actividades sexuales en cualquier sentido en todo momento.” Por la misma razón se opina que el divorcio es un derecho, pues al fin y al cabo, solo la posibilidad de “cambio” expresaría la “libertad.” Del modo análogo, se cree que, una vez terminados un tipo de estudios uno ya “no es tan libre como antes.”
Libertad como posibilidad: tantas oportunidades tengo, tan libre soy. Tantas opciones se me presentan, ese es mi nivel de libertad.
Y sin embargo…
La realidad es un sistema de formas, no un sistema de potencias. Los hechos son determinados, no posibilidades. El ser se caracteriza por el acto, no por la potencia. Y, tal como yo lo entiendo, el ser humano se identifica a sí mismo principalmente por lo que decide ser, no por lo que puede llegar a ser. La mayor posibilidad del hombre es, siempre, aceptar la realidad de su existencia en el hoy, aquí: el state of affairs del que habla Wittgenstein, el status questionis, lo que hay. Y, a partir de esa aceptación, construir un proyecto.
La idea de “postergar la maternidad para poder llevar a cabo un trabajo estupendo en Apple en tu juventud” no deja de ser una mera postergación de la decisión de aceptar si quiero tomar una u otra alternativa: ser o no madre, tener un trabajo estupendo o no en Apple. Puesto que la técnica permite manejar el cuerpo hasta ese punto, ¿por qué no vamos a hacerlo? Así permitimos a las mujeres tomar la decisión de compatibilizar la maternidad y el éxito en Apple. ¿No es esto una forma de libertad?
Y yo digo: no. Es justo lo contrario. En lugar de enfrentarse a una decisión relevante –pocas realidades más ricas que la maternidad–, se posterga. Se compatibilizan dos futuribles –pues tanto el “éxito” en Apple como la “maternidad” no son más que potencialidades– y se permite a la persona proseguir sin ser ella quien conforme su realidad: ni una cosa ni la otra, dos posibilidades. Es Apple quien decide que “todavía puedes ser las dos cosas.” Una vez más, en lugar de ser libre y “hacer mi vida,” se trata de que “me pasan cosas y postergo mis decisiones.”
Digo que esto es una degeneración de la libertad: en lugar de fomentarse la posesión del propio ser, se deja en manos de una empresa la gestión de las posibilidades, se le entrega a Facebook una enorme parte de mi libertad. Y, piénsese profundamente, la libertad de decidir ser madre más allá de las posibilidades profesionales sí que determina y configura la persona. Una decisión así realmente libera, precisamente porque da forma al individuo de un modo irreversible y tremendamente humano. Por contra, lo que se ofrece a estas mujeres es “dejar que otro se haga cargo de tu vida.” En lugar de “realizarse,” a esas mujeres “les pasan cosas.”
El dualismo
En otro orden de cosas, este proyecto tan moderno me parece una sublimación del dualismo cartesiano en un contexto materialista. Si bien Descartes separó –y ya no hemos vuelto a unirlos– la materia y el espíritu en el hombre, hoy día no se cree en el espíritu. Pero se cree en otras cosas. En el dinero. En el “éxito profesional.” En la “realización personal por el trabajo.” En la fama.
Estos sucedáneos del espíritu están en oposición con la insoportable materialidad del cuerpo físico. Por ello, cualquier avance técnico que elimine restricciones corporales se ve como un paso adelante en la libertad: “puedo ser más cosas sin condiciones.”
Y lo único que se consigue es, como siempre, postergar la decisión sobre ¿quién quiero ser?
O, mejor aún, postergar la pregunta ¿acepto ser lo que ya soy?
Porque estamos condenados a ser nosotros mismos.
La única libertad es la de aceptarnos. Hoy y ahora.