Sobre la libertad y la realidad
(Un recordatorio personal)
Hoy, que me he levantado con un interesante dolor de cabeza, como casi todos los días de esta semana, me ha venido además una cierta pesadumbre —como dije en un poema ya antiguo, que alguno de mis lectores quizás recuerde, “pesadumbre urbana, siglo XX”. Y también, por qué no decirlo, una buena carga de autocompasión.
Como quien dice, un día de perros. Porque aún no han dado las doce y media.
En esas estaba, cuando fui a misa de once. Mi plan era ir a otra hora, antes, pero cuando el día comienza mal, los planes suelen ir por su cuenta y dejar de lado al individuo —con perdón, como dirían Les lutiers. Así que misa de once, tras un desayuno a base de cereales —all bran y corn flakes, de Kellogs, con leche y azúcar— y galletas con miel. Y una buena taza de Nescafé.
Decía que fui a misa de once. Me resulta fácil perder el hilo cuando las circunstancias se apoderan de mí.
Pues llegué a san Lorenzo unos diez minutos antes. Allí estaba, pensando en el día tan triste que se me venía encima y en las pocas ganas que tengo de soportar “las horas”, cuando, una vez más, se me vino a la cabeza la idea que, desde hace unos meses —quizás años— vengo repitiéndome constantemente: para actuar con libertad, lo primero imprescindible es aceptar la realidad.
Aceptar la realidad: porque los hechos están ahí
Puede pensarse que “aceptar la realidad” es una opción muy pasiva, que además implica cierta subordinación de la persona a las circunstancias y que, especialmente, anquilosa al individuo frente a las posbiles opresiones —opresión de los hechos o de las personas. En fin: si se entiende mal, “aceptar la realidad” significaría “permanecer un esclavo de los hechos” y también “negar el cambio.”
Nada más lejos de lo que quiero decir, pues “aceptar la realidad” es para mí, como he dicho arriba, el primer estadio de la verdadera “libertad.” Y no hay motor más claro del progreso, en lo técnico y en lo social, que la libertad. La de verdad, la que enriquece a la persona y la hace dueña de sí mismo y del mundo.
La aceptación de la realidad de que hablo es la voluntad de afirmar que la realidad se da como es más allá de nuestros deseos y que solo a partir de los hechos podemos construir nuestra felicidad.
Esto, dicho así, parece muy sencillo —al fin y al cabo, no consistiría más que en afirmar la primacía de los hechos sobre la voluntad: algo teóricamente evidente.
Y, sin embargo, es mucho más difícil de conseguir de lo que uno piensa. ¿Por qué? Porque los primeros hechos que hay que acpetar son los personales, las circunstancias “internas” sobre las que no tenemos control. Es, hasta cierto punto, sencillo “aceptar” que llueve, o que el coche no arranca —aunque habría que ver— o, si se me apura, que uno no llega a fin de mes —pero dudo que esto sea “fácil”.
Lo que no es tan sencillo es “aceptar” que uno está de mal humor y no tiene control sobre su propio estado de ánimo, o al menos, no el control que a uno le gustaría. Del mismo modo, “aceptar” que uno va con casi toda probabilidad a pasarse el día con ideas negativas y sin ganas de hacer nada parece, a primera vista, algo demasiado negativo y patético. Incluso parece una posición perezosa y derrotista.
Y, sin embargo, ese es el principio de la libertad: solo a partir de los hechos, tal como se dan y como la experiencia muestra, se puede construir la propia libertad porque solo en los hechos tiene lugar la libertad. Cualquier planteamiento pseudo-optimista es un engaño que llevará a la decepción y a la actuación ficticia —que no es libertad, como no es libertad, al contrario, la ficción de otorgar el graduado escolar a los niños que “van por diversificación.” El engaño, la mentira y la ilusión irreal no llevan a la libertad porque no llevan a, y esta es la clave, la posesión de uno mismo, en que consiste la libertad.
Libertad: posesión plena del yo en la voluntad y en la actuación. Tendré que hablar con más detalle sobre esto pero, puesto que esta nota es sobre todo para mí mismo, por ahora lo dejo así.
Si la libertad es posesión, lo primero que la define —o la base sobre la que se construye— es la realidad, pues solo se posee lo real, no lo deseado.
Si la libertad es posesión, la posesión más humana, que es la volitiva y que se da solo con el conocimiento, requiere empezar en los hechos, en la verdad.
Y, a partir de ahí, actuar.
Por eso: cuando sepas que vas a estar de mal humor, lo primero que necesitas es aceptar —es decir, poseer volitivamente ese hecho— que vas a estar de mal humor y a partir de ahí, actuar en consecuencia: por ejemplo, sin intentar “cambiar” tu humor, sino evitando preocuparte por algo que está más allá de tu poder, aunque sea algo que “todo el mundo puede cambiar”, pues sabes —y, repito, estoy hablando conmigo mismo— que tú no puedes.
Esto es difícil pero es uno de los actos más plenos de libertad. Ya lo he citado pero ahí queda otra vez, la voz de T. S. Eliot en Santo Tomás Beckett, con un pequeño toque de S. Juan de la Cruz (sabéis y no sabéis…):
You know and do not know, what it is to suffer.
You know and do not know, that action is suffering,
And suffering, action… That the wheel may turn and still
Be forever still.
Que viene a significar
Sabéis y no sabéis lo que es sufrir.
Sabéis y no sabéis que todo acto es sufrimiento,
Y todo sufrimiento, acto. Que la rueda puede girar y aun así
estar eternamente quieta.
Sufrir —aceptar la falta de poder para cambiar la actitud interna cuando esto es así— es actuar.
Un recordatorio para mí y para todos aquellos que no pueden controlar su humor.