El bosque de la larga espera

Hace años leí por primera vez “El bosque de la larga espera”, una novela de Hella S. Haasse. Ahora estoy terminando la tercera —por lo menos— lectura y disfrutando tanto como entonces.

La versión castellana se debe a Javier García Alves y la edita EDHASA, tanto en cartoné como en rústica en tamaño de libro de bolsillo.

Es una “novela histórica” que narra la vida de Carlos de Orléans —desde finales del siglo XIV hasta mediados del XV—, sobrino, primo y padre de reyes de Francia. La época está llena de eventos notables: el papado sigue dividido entre Roma y Aviñón, tiene lugar la famosa batalla de Agincourt —doblemente famosa por el Enrique V de Shakespeare, “san Crispín”—, Juana de Arco lidera los ejércitos franceses hasta que es derrotada en París y quemada en la hoguera… Todos estos momentos históricos se muestran desde el punto de vista del duque de Orléans o de sus familiares —el primer tercio de la novela se centra en su madre, Valentina, y su relación con el padre de Carlos, su marido, y el enfrentamiento de este con la casa de Borgoña. Parte de la genialidad de la autora consiste en transmitir con claridad una situación histórica compleja, presentando los problemas sin complicarlos más de lo necesario.

Veinticinco años de la vida de Carlos transcurren como prisionero en diversos lugares de Inglaterra, tras haber sido capturado en Agincourt. La narración de la evolución de su estado anímico, de sus actividades y de la debilitación de sus esperanzas y anhelos es extraordinaria: de una dificultad —contar la historia de un cautiverio de un cuarto de siglo en aislamiento no es plato de gusto— la autora hace una oportunidad para un estudio psicológico lleno de humanidad y ternura: a partir de los poemas del protagonista, elabora un hermoso tapiz de fe, dolor, soledad, amor desesperanzado y fidelidad a la patria que ilumina nuestra vida y transmite sutilmente la diferencia entre Esperanza y esperanzas.

A su retorno a Francia encuentra un país dividido —Borgoña es prácticamente un reino enemigo— y una gran dificultad para, tras tanto tiempo prisionero, retomar la tarea de pacificación que se le encomienda —entre cuyas responsabilidades está tomar como esposa a María de Cléveris, sobrina del duque de Borgoña, más treinta años menor que él. La fidelidad a su patria, su responsabilidad con la paz y su ansia por liberar a su hermano menor del cautiverio en Inglaterra —lleva más de treinta años allí— son a partir de ahora los motivos principales de su actuación. La aceptación de su identidad, su posición y sus limitaciones son una nueva oportunidad para que la autora muestre su habilidad y su amable comprensión de la naturaleza humana. El libro es extraordinario, desde este punto de vista.

Por supuesto, una gran parte de la belleza que me ha transmitido se debe a la delicada labor de traducción, que no se percibe y por ello es doblemente loable.

El estilo es elegante, culto, amable, sencillo y directo. Presenta los hechos en su crudeza natural —la realidad es habitualmente despiadada— y las personas con profunidad, de manera que incluso los personajes muy secundarios reciben un trato honrado, matizado y humano: rico.

Digamos que “no puedes perdértelo.”

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