Elegir el infierno
Sartre
En 1944, Jean-Paul Sartre escribe “Huis clos” (traducida como “A puerta cerrada”, en castellano): en ella, tres personajes condenados al infierno descubren que su pena no es exactamente tal como las que presenta Dante en “La divina comedia”, llena de terror, acción y pasión, sino meramente estar en la misma habitación y hacerse odiosa la existencia unos a otros. La frase más citada de esta obra es
L’enfer, c’est les autres
es decir,
El infierno son los otros
más o menos. El significado, según parece, no es tan evidente como podría pensarse —no es, sin más, que los demás sean inaguantables (lo cual, al fin y al cabo más de uno de mis lectores suscribiría, sin duda). Más bien es que la propia existencia, que para Sartre es el centro y clave de la vida humana, está en peligro por la mera mirada de los otros. La existencia personal pasa de ser una realidad propia a convertirse en objeto al ser mirada y eso implica una pérdida de libertad. El yo ya no es totalmente libre, está sujeto a alguien. Así, la felicidad plena es inalcanzable en cuanto hay otro que controla la libertad individual. Ese otro realiza el infierno para uno mismo. Para Sartre, el amor no es más que un conflicto.
Eliot
Cinco años más tarde se estrena en el Festival de Edimburgo la obra de T. S. Eliot “The cocktail party” (que podríamos traducir como “El cóctel”, en el sentido de “fiesta con bebidas”). Un matrimonio organiza una fiesta a la que se presentan varios amigos. La situación es compleja porque la mujer ha abandonado esa misma mañana al marido y los asistentes, lógicamente, ponen al huésped en un compromiso. La obra es un ensayo sobre la felicidad, la entrega y la posibilidad de amar y ser amado (la esposa es “un ser incapaz de ser amado” y el marido es “incapaz de amar”…). En un momento dado, el protagonista masculino exlama:
What is hell? Hell is oneself.
Hell is alone, the other figures in it
Merely projections. There is nothing to escape from
And nothing to escape to. One is always alone.
que podría verterse como
¿Qué es el infierno? El infierno es uno mismo
El infierno es en soledad, los demás imágenes en él
simples proyecciones. No hay nada de lo que escapar
Ni lugar alguno al que escapar. Uno siempre está solo.
Así que, en opinión de Eliot, el infierno es justamente el modo de existencia en que el amor es absolutamente imposible porque solo hay uno mismo, sin posibilidad de liberación. La soledad —la soledad ontológica, afectiva, intelectual— es lo peor: el infierno es la existencia aislada, la sublimación del yo en la negación de “los demás”, para Eliot.
Hay que tener en cuenta que Eliot, además de un crítico y poeta excepcional, es plenamente consciente de su fama. No es casualidad que escriba esas líneas al poco de la obra de Sartre, me parece.
El infierno determina la vida propia
Aunque sea por la vía negativa, la concepción del infierno también determinará el camino vital personal de cada uno: la escala de valores, al fin y al cabo, solo tiene dos peldaños, “yo” y “los demás.” Cuál está arriba determina cuál está abajo.
O bien el hombre es incapaz de amor (es decir, el amor no es más que un engaño, una mentira, una hermosa manera de denominar el “conflicto”), o bien la existencia del hombre está regida por el amor (y por tanto, más plena es cuánto más desarrolla su capacidad de querer). No hay realmente puntos intermedios en esto —si el amor no es lo más importante, entonces no vale para nada.
Uno elige el infierno de Sartre cuando la relación con otra persona es de por sí conflictiva. Cuando alguien se convierte en un obstáculo para la felicidad, se elige como Sartre: ese “otro” es el infierno (que no es más que la ausencia de felicidad). Y ¿realmente deseo esto? ¿Es la realización de mis proyectos personales, “mi existencia”, “mi libertad”, el centro de mi vida? Si es así, por supuesto que los demás serán para mí un infierno. Pero… ¿es esto lo que quiero?
Es posible que el mandato de “perdonar a los enemigos” y “hacer el bien a los que os odian” sea una manera sutil de intentar llevarnos a comprender que la libertad, la felicidad, “el cielo”, pasan por superar las expectativas tan pobres que nos proponemos y aceptar que la “realización personal” quizás no es el valor supremo.
Por supuesto que uno debe rechazar lo que le impide ser feliz. Ahora bien: lo que uno entienda por “felicidad” determinará lo que rechace.
¿Es la posición profesional parte esencial de la felicidad? ¿Es la riqueza un componente intrínseco, y por ello irrenunciable, de la felicidad? ¿Puede ser uno feliz sin dominar a otros? ¿Se es más feliz cuanto más arriba se está en la escala social? ¿Es la existencia de un “jefe” un obstáculo para la felicidad? ¿Puede uno ser feliz conviviendo con alguien que ha dejado de atraerme?
En fin, cuando la pasión desaparece, ¿se es más feliz rompiendo?
Si la felicidad “está en mí”, desde luego que “el infierno son los otros”. Mi trabajo, mi dinero, mi futuro, mi imagen, mi pasión, mi deseo… Los demás son obstáculos, frenos, cortapisas.
Cuando lo que se busca es la felicidad de los demás, el infierno es justamente “la soledad”. Mi trabajo, mi dinero, mi futuro, mi imagen, mi pasión, mi deseo… Todo esto es “irrelevante” —o, al menos, renunciable.
Las mismas cosas. Completamente distintas.
Uno es quien elige el cielo y uno es quien elige el infierno.