Necesidad, libertad
Acabo de leer un mensaje que un amigo envió a otro diciéndole, literalmente, “necesito un pantalón de camuflaje para el carnaval.”
Hace tiempo, una persona me pidió ayuda para un problema más o menos serio. Cuando terminó de explicarse, le aconsejé lo que me parecía oportuno: algo que requería un cierto desembolso económico y temporal por su parte y que yo sabía iba a costarle. Su primera respuesta fue del estilo “no creo que sea necesario…” He de reconocer que casi me enfado cuando me dijo eso.
Desde hace años estoy cansado de oír una y otra vez a gente que deja de comprar cosas, hacer planes o gastar dinero en servicios “porque realmente no lo necesitaba.” Qué enorme falta de coherencia y qué poco conocimiento propio demuestran estas palabras. Qué bienintencionismo tan sibilino se nos ha metido en la manera de ver nuestra propia vida…
Conveniencia: libertad
Las acciones del hombre normal no se basan en la necesidad.
Si fuera por necesidad, comeríamos solo una vez al día y todos los días lo mismo —esto es lo que hacen en África.
Si fuera por necesidad, no aspiraríamos a poseer un espacio privado denominado “casa.”
Si fuera por necesidad, los cuartos de baño en los hogares no existirían.
Si fuera por necesidad, la ropa te duraría quince años en lugar de dos o tres.
Si fuera por necesidad, la mayor parte de la economía de mercado desaparecería.
Por necesidad solo se sobrevive: comida, vestido, algún lavado esporádico.
El principio general de actuación del hombre, lo que le mueve a tomar la decisión de hacer algo, es la conveniencia: del mismo modo que las motivaciones se basan en su mayor parte en la opinión, la actuación concreta se dirige sobre todo por el principio de conveniencia. Hago algo, adquiero algo, actúo de determinado modo, casi siempre, porque me es “útil, oportuno, provechoso”, como dice la Academia.
Aceptar esto es un primer paso hacia la libertad: si soy consciente de que casi nunca “necesito” y casi siempre “me conviene”, seré capaz de reflexionar y sacar más partido a esa conveniencia y así actuar con prudencia —que no es limitación sino conocimiento de los hechos— y por tanto, con señorío —que no es negación sino dominio. El “señor” es quien, por ser dueño, decide con autoridad total: esto o lo otro, por propia voluntad, sin que las circunstancias le controlen. El “señor” sabe gastar cuando la ocasión lo merece y ahorrar cuando así lo elige.
La vida del hombre, para que sea realmente humana, requiere que sus decisiones sean de conveniencia; un hombre que solo actúa por necesidad es un esclavo —un esclavo de su propia existencia. Por eso es tan importante ayudar a los pobres.
Necesidad: pobreza
Pues, quiérase o no, la pobreza consiste justamente en la vida regida por la necesidad: es pobre quien no puede actuar por conveniencia sino por las exigencias imperiosas de la supervivencia. Es pobre quien actúa porque necesita comida, necesita un techo, necesita ropa. Por eso el pobre es esclavo: de su cuerpo, de su realidad física, del entorno hostil.
La limosna, por tanto, no es simplemente dar de comer, o vestido, o alojamiento. La limosna es, de una manera radical, una liberación: tu limosna puede ayudar a una persona a abandonar por un momento al menos su condición de esclavo y a poder actuar como un hombre: libre, orientando su actuación por la conveniencia y no la necesidad. Quizás esto nos haga valorar un poco más la ayuda que presta Cáritas. No está alimentando gente, está haciendo que quien es un esclavo pueda, por lo menos en algún instante, actuar conforme a su dignidad de hombre. No “dignificarlos,” pues tan hombre son como los demás, sino permitir que esa dignidad se realice en su actuación.
Quizás también esta reflexión nos haga valorar un poco más nuestra posición en el mundo, ser conscientes del privilegio de actuar con libertad, superando el estado de necesidad. Y a dar gracias porque podemos vivir así, poniendo como pilar de nuestra actuación la conveniencia.
Al fin y al cabo, nunca fue necesario besar a una mujer hermosa.