Evely Waugh en “The Paris Review”

La siguiente entrevista es el resultado de dos encuentros en días sucesivos en el Hotel Hyde Park de Londres, en abril de 1962.

Había escrito previamente a Waugh pidiéndole permiso para entrevistarle y, en la carta, le había prometido que no llevaría conmigo una grabadora. Imaginé, a partir de lo que él había escrito en la parte temprana de “La prueba de fuego de Gilbert Pinfold”, que era particularmente adverso a ellas.

Nos encontramos en el recibidor del hotel a las tres de la tarde. Waugh iba vestido con un traje azul oscuro, con un abrigo pesado y un sombrero Homburg negro. Aparte de un pequeño y cuidadosamente atado paquete marrón, no llevaba nada más. Tras darnos la mano y haberme explicado que la entrevista tendría lugar en su habitación, la primera cosa que dijo fue “¿dónde está su máquina?”

Le expliqué que no había traído ninguna.

“¿La ha vendido?”, continuó mientras entrábamos en el ascensor. Yo estaba algo confundido. De hecho, previamente había tenido una grabadora y la había vendido, es verdad, hacía tres años, antes de irme al extranjero. Nada de esto parecía muy relevante. Mientras subíamos despacio, Waugh continuó su interrogatorio sobre la máquina. ¿Por cuánto la había comprado? ¿Por cuánto la había vendido? ¿A quién se la había vendido?

“¿Así que escribe en taquigrafía?”, me preguntó al salir del ascensor.

Le expliqué que no.

“Entonces fue muy imprudente por su parte vender la máquina, ¿no?”

Me introdujo en una habitación cómoda, sobriamente amueblada, con una buena vista sobre los árboles hasta Hyde Park. Mientras se movía por la habitación, repitió dos veces susurrando: “¡Los horrores de la vida en Londres! ¡Los horrores de la vida en Londres!”

“Espero que no le importe que me meta en la cama”, me dijo entrando en el baño. Desde ahí me dirigió unos cuantos comentarios y órdenes:

“Vaya a mirar por la ventana. Este es el único hotel de Londres con una vista civilizada hacia la izquierda… ¿Ve un paquete marrón? Ábralo, por favor.”

Lo hice.

“¿Qué hay dentro?”

“Una caja de puros.”

“¿Fuma usted?”

“Sí, estoy fumando un cigarrillo ahora mismo.”

“Creo que los cigarrillos son demasiado sórdidos para un dormitorio. ¿No preferiría fumar un cigarro?”

Volvió, vistiendo un pijama blanco y unos lentes con montura de metal. Tomó un puro, lo encendió y se metió en la cama.

Me senté en un sillón a los pies de la cama, haciendo malabarismos con la libreta, la pluma y un cigarro enorme entre las manos y las rodillas.

“No le podré oír desde ahí. Acerque esa silla”. Me indicó una de junto a la ventana, así que recoloqué la parafernalia mientras hablábamos de amigos comunes. Muy pronto dijo: “¿cuándo va a comenzar el interrogatorio?”

Había preparado una colección de largas preguntas —el lector detectará su sombra, sin duda, en lo que sigue— pero pronto descubrí que, al contrario de lo que esperaba, no provocaban respuestas largas o meditabundas. Quizás lo más sorprendente de la conversación de Waugh era su dominio del lenguaje: sus frases habladas eran tan delicadas, precisas y redondas como las escritas. Nunca titubeó, ni una vez dio la impresión de estar buscando una palabra. Las respuestas que dio a mis preguntas venían sin dudas o reservas, y cualquier intento que hice de expandir una respuesta resultó generalmente en una re-exposición de lo que había dicho antes.

Soy bien consciente de que el resultado que se muestra en las páginas siguientes es distinto a la mayoría de las entrevistas de la Paris Review; primero: es mucho más corta y, segundo: no es una “entrevista en profundidad”. Personalmente, creo que Waugh no se entregó, ni como escritor ni como hombre, a la forma de examen psicológico delicado y de autoanálisis que son característicos de muchas de las otras entrevistas. Consideraría impertinente un intento de narrar públicamente su vida y su arte, como quedó demostrado concluyentemente en su aparición en un programa televisivo inglés, “Face to Face”, hace algún tiempo, en la que eludió todo tal examen con respuestas breves, planas y, siempre que podía, monosilábicas.

Sin embargo, querría hacer algo para superar la imagen mítica de Evelyn Waugh como un ogro arrogante y reaccionario. Aunque evitó cuidadosamente tomar parte en el mercado literario de congresos, entregas de premios y construcción de reputaciones, estaba, a pesar de ello, bien informado, y tenía una opinión decidida sobre sus contemporáneos y sus colegas más jóvenes. A lo largo de las tres horas que pasé con él, se mostró consistentemente servicial, atento y cortés, permitiéndose solo expresiones menores de exasperación irónica si consideraba que mis preguntas eran irrelevantes o estaban mal expresadas.

ENTREVISTADOR

¿Hubo intentos de escribir otras novelas antes de “Decadencia y Caída”?

WAUGH

Escribí mi primera obra de ficción a los siete años: “La maldición de la carrera de caballos”. Era intensa y plena de acción. Luego, veamos, vino “El Mundo venidero”, escrito en el metro de Hiawatta. Cuando estaba en el colegio escribí una novela de cinco mil palabras sobre la vida escolar moderna. Era intolerablemente mala.

ENTREVISTADOR

¿Escribió una novela en Oxford?

WAUGH

No. Hice esbozos y ese tipo de cosas para el Cherwell y para un periódico editado por Harold Acton —Broom, se llamaba. El Isis era la revista oficial para estudiantes de licenciatura: era aburrida y campechana, escrita para bebedores de cerveza y jugadores de rugby. El Cherwell era un poco más frívola.

ENTREVISTADOR

¿Escribió su vida de Rossetti en esa época?

WAUGH

No. Me fui de Oxford sin ningún título, queriendo ser pintor. Mi padre pagó mis deudas y traté de convertirme en pintor. Fallé porque no tenía ni el talento ni la aplicación —no tenía las cualidades morales.

ENTREVISTADOR

¿Y luego qué?

WAUGH

Trabajé como maestro de escuela primaria. Era muy divertido y lo disfruté mucho. Enseñé en dos escuelas privadas durante un periodo de casi dos años y en este tiempo comencé una novela de Oxford que no tenía interés. Tras haber sido expulsado de la segunda escuela por ebriedad, volví sin dinero con mi padre. Fui a ver a mi amigo Anthony Powell, que estaba en ese momento trabajando con Dutchwork, los editores, y le dije: “Me muero de hambre”. (Esto no era verdad: mi padre me alimentaba). El director de la compañía acordó pagarme cincuenta libras por una breve vida de Rossetti. Yo estaba encantado, pues cincuenta libras eran un montón en ese momento. Me apresuré y la apresuré. El resultado fue acelerado y malo. No les he dejado reimprimirla. Luego escribí “Decadencia y Caída”. En cierto sentido estaba basada en mi experiencia como maestro de escuela, pero yo lo pasé mucho mejor que el héroe.

ENTREVISTADOR

¿Siguió “Cuerpos viles” inmediatamente?

WAUGH

Tuve una especie de matrimonio y viajé por Europa unos meses con esta consorte. Escribí narraciones de esos viajes, que se agruparon en libros y pagaron las travesías pero no dejaron nada más. Estaba a mitad de “Cuerpos viles” cuando ella me abandonó. Fue un libro malo, creo, no tan cuidadosamente construido como el primero. Las escenas individuales tendían a durar demasiado —la conversación en el tren entre las dos mujeres, los películas del padre chiflado.

ENTREVISTADOR

Creo que la mayoría de sus lectores agruparían esas dos novelas muy cerca. No creo que la mayoría de nosotros reconociera que la segunda era la más débilmente construida.

WAUGH (con brío)

Lo era. Además, era de segunda mano. Plagié mucho de la escena en la aduana de Firbank. Popularicé un lenguaje de moda, como los escritores beatnik de hoy día, y el libro se impuso.

ENTREVISTADOR

¿Le parece que la inspiración o el punto de comienzo de cada una de sus novelas ha sido distinto? ¿Empieza alguna vez con un personaje, otra con un hecho o circunstancia? Por ejemplo, ¿pensó en las ramificaciones de un divorcio aristocrático como el centro de “Un puñado de polvo” o fueron el carácter de Tony y su destino final el punto de partida?

WAUGH

Escribí una historia llamada “El hombre a quien le gustaba Dickens”, que es idéntica a la parte final del libro. Unos dos años después de escribirla, me interesé por las circunstancias que podían haber producido este personaje; en su delirio había pistas de cómo había podido ser en su vida anterior, así que las seguí.

ENTREVISTADOR

¿Volvió una y otra vez a esa historia en los dos años intermedios?

WAUGH

No estaba poseído por ella, si eso es lo que quiere decir. Puede encontrar la historia original en una selección hecha por Alfred Hitchcock.

ENTREVISTADOR

¿Escribió estas novelas tempranas fácilmente o—

WAUGH

Seis semanas de trabajo.

ENTREVISTADOR

¿Incluyendo revisiones?

WAUGH

Sí.

ENTREVISTADOR

¿Escribía con la misma velocidad y facilidad todos los días?

WAUGH

Me he ido volviendo más lento según me hacía mayor. “Hombres en armas” me llevó un año. La memoria empeora mucho. Solía ser capaz de tener un libro entero en mi cabeza. Ahora si me doy un paseo mientras estoy escribiendo, tengo que darme prisa y volver para hacer una corrección antes de que se me olvide.

ENTREVISTADOR

¿Quiere decir que trabajaba un poco cada día a lo largo del año o que trabajaba en periodos concentrados?

WAUGH

Periodos concentrados. Dos mil palabras es un buen día de trabajo.

ENTREVISTADOR

E.M. Forster ha hablado de “personajes planos” y “personajes redondos”; si reconoce esta distinción, ¿estaría de acuerdo en que usted no creó personajes “redondos” hasta “Un puñado de polvo”?

WAUGH

Todos los personajes de ficción son planos. Un escritor puede dar la impresión de profundidad dando una visión aparentemente estereoscópica de un personaje —viéndolo desde dos puntos de vista; todo lo que puede hacer es dar más o menos información sobre un personaje, no información de un orden distinto.

ENTREVISTADOR

Entonces ¿usted no hace ninguna distinción radical entre personajes según su diferente concepción, como el Señor Prendergast y Sebastian Flyte?

WAUGH

Sí, sí que la hago. Están los protagonistas y están los personajes que son mobiliario. Sobre el mobiliario solo se proporciona un aspecto. Sebastian Flyte era un protagonista.

ENTREVISTADOR

¿Diría entonces que Charles Ryder era el personaje de quien más información dio?

WAUGH

No, Guy Crouchback. [Un poco impaciente] Pero mire, creo que sus preguntas están demasiado interesadas en la creación de personajes y no lo suficiente con la técnica de la escritura. Entiendo el escribir no como una investigación de personajes sino como un ejercicio en el uso del lenguaje, y esto me obsesiona. No tengo interés técnico psicológico. Es el drama, el habla y los hechos lo que me interesa.

ENTREVISTADOR

¿Quiere esto decir que usted está continuamente puliendo y experimentando?

WAUGH

¿Experimentar? ¡Dios no lo quiera! Mire los resultados de la experimentación en el caso de un escritor como Joyce. Comenzó escribiendo muy bien, y luego te lo encuentras volviéndose loco de vanidad. Termina siendo un lunático.

ENTREVISTADOR

Entiendo de lo que dijo antes que no encuentra el acto de escribir difícil.

WAUGH

No lo encuentro fácil. Mire, siempre hay palabras rondando en mi cabeza: algunas personas piensan con imágenes, algunas con ideas. Yo pienso solamente con palabras. Para el momento en que pongo la pluma en el tintero, estas palabras han llegado a un estado de orden que es bastante presentable.

ENTREVISTADOR

Quizás eso explica por qué Gilbert Pinfold estaba poseído por voces —voces sin cuerpo.

WAUGH

Sí, eso es verdad —el mundo hecho manifiesto.

ENTREVISTADOR

¿Puede decir algo sobre las influencias directas sobre su estilo? ¿Alguno de los escritores del siglo diecinueve tuvo influencia en usted? ¿Samuel Butler, por ejemplo?

WAUGH

Fueron la base de mi educación y, como tales, por supuesto estuve influido por ellos. P.G. Wodehouse influyó en mi estilo directamente. También había un librito de E.M. Forster llamado “Pharos y Pharillon” —esbozos de la historia de Alejandría. Creo que Hemingway hizo verdaderos descubrimientos sobre el uso del lenguaje en su primera novela, “El sol también sale”. Sentía admiración por la manera en que hacía hablar a los borrachos.

ENTREVISTADOR

¿Qué hay de Ronald Firbank?

WAUGH

Me gustaba mucho cuando era joven. Ahora no puedo leerle.

ENTREVISTADOR

¿Por qué?

WAUGH

Creo que habría algo raro en un señor mayor que pudiera disfrutar con Firbank.

ENTREVISTADOR

¿A quién lee por placer?

WAUGH

Anthony Powell. Ronald Knox, tanto por placer como por edificación. Erle Stanley Gardner.

ENTREVISTADOR

¡Y Raymond Chandler!

WAUGH

No. Me aburren todos esos tragos de whisky. Tampoco me atrae la violencia en absoluto.

ENTREVISTADOR

¿Pero no hay un montón de violencia en Gardner?

WAUGH

No del tipo extraño y lascivo que se encuentra en otros escritores de crimen americanos.

ENTREVISTADOR

¿Qué piensa de otros escritores americanos, de Scott Fitzgerald o William Faulkner, por ejemplo?

WAUGH

Me gustó la primera parte de “Suave es la noche”. Encuentro a Faulkner intolerablemente malo.

ENTREVISTADOR

Es evidente que usted reverencia la autoridad de instituciones establecidas —la Iglesia Católica y el Ejército. ¿Estaría de acuerdo en que en cierto nivel tanto “Retorno a Brideshead” como la trilogía del ejército fueron celebraciones de esta reverencia?

WAUGH

No, desde luego que no. Reverencio a la Iglesia Católica porque es verdad, no porque esté establecida o sea una institución. “Hombres en armas” fue una especie de descelebración, una historia de la desilusión de Guy Crouchback con el ejército. Guy tiene ideas anticuadas sobre el honor e ilusiones de caballerosidad; vemos estas cosas mientras se consumen y son destruidas por sus encuentros con las realidades de la vida militar.

ENTREVISTADOR

¿Diría que hay algún mensaje moral directo en la trilogía del ejército?

WAUGH

Sí, en ella afirmo que hay una intención moral, una oportunidad de salvación, en cada vida humana. ¿Conoce usted el antiguo himno protestante que dice “a cada hombre y nación alguna vez/le llega el momento de decidir”? A Guy se le ofrece esta oportunidad haciéndose responsable de criar al hijo de Trimmer, de ocuparse de que no lo eduque su madre disoluta. Es, en esencia, un personaje generoso.

ENTREVISTADOR

¿Podría decirme algo sobre la concepción de la trilogía? ¿Llevó a cabo un plan concebido desde el principio?

WAUGH

Cambió mucho según iba escribiendo. Al principio tenía pensado que el segundo volumen, “Oficiales y caballeros”, fueran dos. Decidí juntarlos y terminarlos así. Hay un pasaje de transición muy malo a bordo del barco de tropas. El tercer volumen nació realmente del hecho de que Ludovic necesitaba ser explicado. Al final, cada volumen tenía una forma común porque había en cada uno una figura ridícula irrelevante que llevaba el testigo.

ENTREVISTADOR

Incluso si, como usted dice, la concepción total de la trilogía no estaba claramente desarrollada antes de comenzar a escribir, ¿no veía algunas cosas desde el principio?

WAUGH

Sí, tanto la espada de la iglesia italiana como la espada de Estalingrado estaban, como dice usted, desde el principio.

ENTREVISTADOR

¿Me puede decir algo sobre la génesis de “Retorno a Brideshead”?

WAUGH

Es claramente un hijo de su tiempo. Si no hubiera sido escrito cuando lo fue, un momento muy malo durante la guerra en que no había qué comer, habría sido un libro distinto. El hecho de que es rico en descripciones evocativas —en escritura glotona— es un resultado directo de las privaciones y la austeridad de la época.

ENTREVISTADOR

¿Se ha encontrado con alguna crítica profesional que le haya servido o ilustrado? ¿Edmund Wilson, por ejemplo?

WAUGH

¿Es americano?

ENTREVISTADOR

Sí.

WAUGH

Yo no creo que lo que tienen que decir sea de gran interés, ¿y usted? Creo que el estado general de la crítica en Inglaterra es despreciable —tanto descuidada como ostentosa. Solía seguir una regla al revisar libros cuando era joven: nunca dar una impresión desfavorable sobre un libro que no había leído. Me encuentro con que esta sencilla regla se rompe flagrantemente hoy día. Es natural que aborrezca el movimiento crítico de Cambridge, con su horror hacia la elegancia y con sus miembros alentando mutuamente la escritura zafia. Por otro lado, me agrada que a mis amigos les gusten mis libros.

ENTREVISTADOR

¿Cree que es justo describirle como un reaccionario?

WAUGH

Un artista debe ser reaccionario. Tiene que enfrentarse al tenor de la época y no apolillarse; debe ofrecer una pequeña oposición. Incluso los grandes artistas victorianos eran todos antivictorianos, pese a las presiones para ajustarse al régimen.

ENTREVISTADOR

Pero ¿qué hay de Dickens? Aunque predicaba la reforma social, también se preocupó de su imagen pública.

WAUGH

Oh, eso es muy distinto. Le gustaba la adulación y le gustaba lucirse. Pero era profundamente antagonista del victorianismo.

ENTREVISTADOR

¿Hay un periodo especial de la historia en que le hubiera gustado vivir?

WAUGH

El siglo diecisiete. Creo que fue la época del mejor drama y el mejor romance. Creo que podría haber sido feliz en el siglo trece, también.

ENTREVISTADOR

A pesar de la gran variedad de personajes que ha creado en sus novelas, es muy patente que nunca ha producido un personaje simpático o incluso un retrato completo de alguien de la clase obrera.

WAUGH

No los conozco y no me interesan. Ningún escritor de antes de la mitad del siglo diecinueve escribió sobre la clase obrera para más que decorados grotescos o pastorales. Después, cuando se les concedió el voto, ciertos escritores comenzaron a hacerles la pelota.

ENTREVISTADOR

¿Qué hay de Pistol… o, más tarde, Moll Flanders y—

WAUGH

Ah, las clases criminales. Eso es bastante distinto. Siempre han ejercido una cierta fascinación.

ENTREVISTADOR

¿Puedo preguntarle que está escribiendo ahora mismo?

WAUGH

Una autobiografía.

ENTREVISTADOR

¿Tendrá una forma convencional?

WAUGH

Extremadamente.

ENTREVISTADOR

¿Hay algún libro que le habría gustado escribir y haya encontrado imposible?

WAUGH

He hecho todo lo que he podido. He actuado lo mejor que he podido.

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