Orlando

Han muerto cuarenta y nueve personas porque (esta es la hipótesis más realista) eran homosexuales.

Aparte de la pena y el terror que me han consternado estos días, una idea me ha estado rondando la cabeza: esas personas han muerto porque no eran consideradas personas sino objetos. Como tales, el asesino decidió que podía eliminarlos.

Mi desconocimiento del Islam es profundo y no es el asunto que quiero tratar. De lo que quiero hablar es de que el principio que hace posible el asesinato a sangre fría es la objetivación de la persona; entender a la persona humana individual como “alguien-que” es el comienzo del camino hacia su desprecio, maltrato, destrucción.

La persona humana es incomprensible. Como tal, requiere un respeto absoluto y exige un trato que refleje tal dignidad. La persona humana, ese “yo que no soy yo”, solo puede ser tratada como una incógnita absoluta, que está dotada de sus características individuales y que actúa según su potencia y virtud. Cualquier concepción de alguien que se limite a un aspecto de su acción o de su vida o de su manera de ser es una objetivación indigna y es el comienzo del maltrato —ya la has maltratado en tu corazón1.

Solo si aceptamos que cada individuo está tan más allá de valoración como nosotros mismos, estaremos preparados para aceptar la distinción y la diferencia y para actuar con tolerancia (y utilizo esta palabra en sentido estricto). Solo si el famoso “otro” es idéntico a uno mismo en su inabarcabilidad podremos aceptar que haga lo que no aceptamos (lo que incluso afirmamos que está mal) y seguir dispensándole el respeto que su ser merece.

El juicio “este es…” como razón abstracta para la relación con otra persona es siempre equivocado. La relación con otro solo puede basarse en las expectativas sociales (lo que llamamos “buena educación”), en las expectativas personales (“quiero conocer a”) y en la historia de la relación (“puedo confiar en él —o no— porque ha hecho…”). Nunca en el concepto, pues cualquier concepto de una persona es erróneo: la persona es inconcebible.

Tratar a una etiqueta (“el portero”, “la cartera”, “la conductora del autobús”, “el cajero del supermercado”) en lugar de a una persona (“este que está aquí ahora”) es ya una posesión despreciable: una violación.

Han muerto cuarenta y nueve personas porque el asesino las había violado antes. Esta es la hipótesis más realista.

Pero… ¿y tú, mon semblable, mon frère?


[1] Obviamente, estoy hablando de la relación entre personas físicas en un contexto ordinario. La relación entre el Estado y las personas físicas o la relación en situación de violencia está fuera de este texto.

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