El artista

Esta semana me invitaron a hacer un comentario en facebook a propósito del “amor verdadero”, ahora que ya estamos en primavera. La cuestión era la clásica duda sobre si “la costumbre mata la pasión y por tanto el amor”, “para que haya amor, tiene que haber pasión” y todo eso (supongo que está claro que no comulgo con estas ideas simplistas y que la noción de pasión y la de amor son de naturaleza diferente).

Esta clásica lucha de conceptos siempre me ha recordado una de las más breves y singulares obras de Oscar Wilde, “El artista.” Wilde —de quien supongo que hablaré algo más en otro momento—, pese a todo lo que pueda achacársele, fue alguien que no tuvo miedo de escrutar el corazón del hombre. Y —diga lo que diga quien sea— que murió reconciliado con la Iglesia Católica.

Os deja la versión original y una traducción mía.

The artist

One evening there came into his soul the desire to fashion an image of The Pleasure that Abideth for a Moment. And he went forth into the world to look for bronze. For he could think only in bronze.

But all the bronze of the whole world had disappeared, nor anywhere in the whole world was there any bronze to be found, save only the bronze of the image of The Sorrow that Endureth For Ever.

Now this image he had himself, and with his own hands, fashioned, and had set it on the tomb of the one thing he had loved in life. On the tomb of the dead thing he had most loved had he set this image of his own fashioning, that it might serve as a sign of the love of man that dieth not, and a symbol of the sorrow of man that endureth for ever. And in the whole world there was no other bronze save the bronze of this image.

And he took the image he had fashioned, and set it in a great furnace, and gave it to the fire.

And out of the bronze of the image of The Sorrow that Endureth For Ever he fashioned an image of The Pleasure that Abideth for a Moment.

El artista

Una tarde le entró en el alma el deseo de dar forma a una imagen de El placer que dura un instante. Y marchó por el mundo a buscar bronce. Pues él solo podía pensar en bronce.

Pero todo el bronce del mundo entero había desaparecido, ni podía encontrarse nada de bronce en ningún lugar del mundo, salvo solo el bronce de la imagen de La pena que perdura por siempre.

Ahora bien, esta imagen él mismo, y con sus propias manos, la había modelado, y la había puesto en la tumba de la única cosa que había amado en su vida. En la tumba de la cosa muerta que más había amado había puesto esta imagen de su propia mano, para que sirviera como un signo del amor del hombre que no muere, y como un símbolo de la pena del hombre que perdura por siempre. Y en todo el mundo no había más bronce que el bronce de esta imagen.

Y tomó la imagen que había formado y la puso en un gran horno y la entregó al fuego.

Y del bronce de la imagen de La pena que perdura por siempre dio forma a una imagen de El placer que dura un instante.

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