Cállate y sé respetuoso

Es difícil, supongo que para todo el mundo, calificar el trabajo de alguien de tu mismo equipo como malo, burdo y peligroso. Pero por mucho que me fastidie, y ya que me comprometí a hacer una crítica del libro Cásate y sé sumisa, me veo en la autoimpuesta obligación de explicar por qué tal escrito merece los tres calificativos.

Malo

Según parece, la autora (Constanza Miriano) es periodista. Esto puede significar, en la práctica, muchas cosas. Ahora bien, lo que claramente no significa es que sea una escritora de calidad. Y la posiblemente apresurada traducción no ayuda tampoco a disfrutar del texto —el disfrute del lector es una condición importante para que un escrito convenza, o al menos, atraiga. La calidad de la escritura es pobre: parece que ha sido redactado sobre la marcha, sin una reflexión profunda sobre el estilo —o quizás, aprovechando que el estilo es “epistolar”, la autora se escudó en que las cartas casi nunca se repasan…

La traducción deja que desear, sobre todo en los muchos parajes en que el italiano usa con naturalidad la múltiple negación pero para el español es una construcción artificial y excesiva: no puedo dejar de sentirme ofendido cuando no me señalan mis errores…

Hay numerosas repeticiones (¿cuántas veces tengo que leer que la autora es incapaz de cocinar, de mantener orden en la casa y de tener los medicamentos a mano?) y, erróneamente, la señora Miriano da por supuesto que nos interesan sus asuntos cotidianos tanto como para incluirlos en una publicación (comidas, suciedad de la ropa, las fiestas de cumpleaños, el desorden del coche…): está bien compartir cuánto te cuesta bajar la basura con tus amigos, pero el tono de un texto dice mucho sobre la calidad del pensamiento del autor. “Escribir como se piensa” es muy difícil, basta analizar un poco los textos de Virgina Woolf. No es suficiente “escribir lo que se te pasa por la cabeza”.

El volumen que ya no tengo entre manos no va a ser leído con gusto salvo por quien comulgue a priori con las ideas de la autora —que luego repasaré— y tenga ganas de beligerancia y de minuciosos detalles de incapacidad doméstica. El resto tendrá que contentarse con un volumen que arrastra las palabras en un mar de iteraciones, interrupciones y digresiones.

Burdo

Las ideas y argumentos no convencen solo por su propia hermosura, si la tienen. El pulido de una pieza hace que engarce mejor, funcione correctamente e incluso mejore un sistema. Lo mismo ocurre con los textos. Un texto es algo más que una colección coherente de oraciones.

La autora es, claramente —si las historias personales que narra son verídicas—, hiperactiva. Esto de por sí no es un problema, salvo que no lo tenga en cuenta en sus actos. Un libro escrito por un hiperactivo y que no ha tenido un proceso correcto de edición es un producto inacabado, sin pulimento ni labor, como dice la Academia respecto a tosco que es una de las equivalencias de burdo.

El lector se encuentra con una serie de cartas comentadas a supuestas amigas y amigos que, parcería, presentan razones más o menos realistas y más o menos universales (y más bien menos que más profundas) sobre la conveniencia del matrimonio, las ventajas que tiene que la mujer “se someta” al marido en el gobierno de la casa y otras ideas que no recuerdo. Pero esto se recibe sin más argumentos que “así es”, “es lo que dice san Pablo”, “nuestras madres lo hicieron así y no veo que sean infelices”, “es lo que veo en mí y mis amigas”… Como quien dice, nada de Astrofísica. Y muchas citas de canciones pop, películas y personajes más o menos conocidos en Italia —otra de las pegas de la traducción es que todo podría haberse “localizado”, pero esto es una opción. Está de moda citar a Freddy Mercury pero dudo que lleve de por sí a la aquiescencia de la razón o a la verdad.

Burdo: porque no ha sido trabajado y porque no hay realmente argumento alguno.

A veces aparece la mención esporádica a la gracia y a un cierto “Dios” que lo termina arreglando todo sin que nos demos cuenta. Manifiesto mi escepticismo ante esta confianza ciega en una Providencia igualmente ciega. El abandono en Dios es algo más rico que “ya se encargará de todo si actúo con benevolencia”.

Peligroso

En la enmienda al artículo sobre el término talibán la Academia incluye el uso común actual en la segunda acepción: fanático intransigente.

Si algo hay peligroso para las comunidades humanas es un talibán porque su intransigencia llevará a separar a unos (los “buenos”) de otros (los “malos”) y eso es justamente lo que deshace una comunidad.

El libro es peligroso porque separará —me temo que ya lo ha hecho. Por un lado, ya se han separado más aquellos a quienes la doctrina de la sumisión —ya sea de una mujer, de un hombre o de un catedrático de universidad— les resulta aberrante por desconocer lo que se quiere decir cuando se utiliza el término correctamente, o por no aceptar que pueda ser para alguien en algún momento un acto libre y digno. Estos ya se han separado.

Pero eso no es lo peor. Lo peor es que el ignorante bienintencionado, progenitor del dictador, va a sentir que su débil sistema matrimonial de “la mujer en casa y con la pata quebrada” ha sido ratificado por el arzobispado de Granada y por un libro escrito por una famosa (¿?) periodista italiana. Y va a seguir machacando —dictando su doctrina— a las mujeres que no se someten, pues “es lo que dice la Iglesia”.

Ese es el peligro real, triste y lamentable de este opúsculo que se explica mal, con prisas y con un barniz religioso que hará pensar al incauto que fundamenta la “doctrina” presentada. Pero es que no hay tal doctrina.

Como le dije a un amigo, el problema de este libro es que la autora trata de universalizar a partir de conocimientos muy limitados. Piensa que lo que sabe de sus amigas es “la verdad” pero no cae en la cuenta de que lo que se comparte con un amigo no es lo mismo que se habla con el director espiritual. Es difícil que uno conozca a sus amigos tan profundamente.

Aconsejar es un asunto singularmente delicado: cállate y sé respetuoso.

No, no voy a leer la continuación, no lo aguantaría.


[Cambié “de buena fe” a “bienintencionado” para aclarar]

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