Denunciar a los obispos

La Conferencia Episcopal de los EE.UU. (USCCB) ha sido denunciada por una asociación de libertades civiles de dicho país, como cuenta el NYT.

Según parece, una mujer tenía problemas serios —“rompió aguas”— a las 18 semanas de su embarazo y acudió a un hospital católico —en este contexto, “católico” significa oficialmente aprobado como tal— y en él, según se dice, “no recibió información ni cuidados adecuados”, de manera que quedó “expuesta a infecciones peligrosas” (signifique esto lo que signifique).

La asociación por las libertades cívicas en cuestión alega que las directrices de la USCCB impiden a los hospitales católicos abortar y referir pacientes a otros que lo hagan.

Luego, el NYT entra en otros problemas —de los que espero hablar en el futuro—, sobre todo en la objeción de conciencia respecto a la contracepción y demás. Pero hoy quiero defender a la mujer.

El caso que nos ocupa tiene las trazas clásicas de un error médico soslayable ocurrido por la urgencia del caso o por falta de información en quienes atendieron a la afectada. Para que quede claro, la postura general de la USCBB —que es la de la Iglesia— puede leerse en sus directrices en el número 45. Dice así:

Abortion (that is, the directly intended termination of pregnancy before viability or the directly intended destruction of a viable fetus) is never permitted. Every procedure whose sole immediate effect is the termination of pregnancy before viability is an abortion, which, in its moral context, includes the interval between conception and implantation of the embryo. Catholic health care institutions are not to provide abortion services, even based upon the principle of material cooperation. […]

Que, en castellano, significa:

El aborto (esto es, la terminación directamente buscada del embarazo antes de la viabilidad o la destrucción directamente buscada de un feto viable) está siempre prohibida. Cualquier procedimiento cuyo efecto único e inmediato es la terminación del embarazo antes de la viabilidad es un aborto, que, en su contexto moral, incluye el intervalo entre la concepción y la implantación del embrión. Las instituciones católicas de salud no deben proveer servicios abortistas, ni siquiera como cooperación material.

Esto no es más que lo normal, puesto que el feto es un ser humano, como la madre. Pero también es normal —no solo “católico”— el número 47:

Operations, treatments, and medications that have as their direct purpose the cure of a proportionately serious pathological condition of a pregnant woman are permitted when they cannot be safely postponed until the unborn child is viable, even if they will result in the death of the unborn child.

Es decir:

Se permiten las operaciones, los tratamientos y las medicaciones que tienen como fin directo la cura de una patología proporcionalmente grave de la mujer embarazada cuando no se pueden posponer hasta después de que el hijo no nacido sea viable, incluso si resultan en la muerte del hijo no nacido.

Cualquier personal normal entiende esto como la aceptación de las consecuencias negativas no buscadas de una solución a un problema proporcionalmente grave (“matar” no es solución).

El NYT habla de que el “feto no tenía prácticamente ninguna posibilidad de supervivencia, según médicos expertos que han revisado el caso” y de que “en estas circunstancias se suele inducir el parto o retirar el feto quirúrgicamente para reducir las posiblidades de infección de la madre”. El “se suele” que yo he enfatizado es clásico de estas discusiones: ¿quién suele? ¿los que practican abortos o todos? ¿esos “expertos” defienden la vida del no nacido? ¿acaso “retirar el feto” no es interrumpir el embarazo…?

Y, como siempre, está la dificultad de la palabra “proporcional”, en la que hoy no voy a entrar.

La mujer dice que no se le informó ni de que su feto era poco viable ni de que continuar con el embarazo era un riesgo y, además, que no fue admitida en observación. Al menos esto es lo que dice el NYT que dice la denuncia presentada por la asociación de derechos civiles.

Por supuesto, denunciar a los obispos de EE.UU. tiene la relevancia suficiente para salir en el Times y la tal asociación ha conseguido publicidad gratis en estas fechas tan señaladas, en las que los americanos están buscando fundaciones por doquier a las que donar dinero para deducir de los impuestos (la asociación en cuestión no es “deducible” pero hay una fundación “aneja” que sí lo es).

Además, mucho me temo que en la denuncia se está extrapolando de lo que parece una terrible confusión práctica —“¿qué hacemos para ayudar a esta mujer?”, “¿realmente es posible hacer algo?”, “¿está grave?”, “¿qué es lo proporcional en este caso?”—, se extrapola de ahí a unos principios generales cuya aplicación puede ser compleja —como lo es cualquier decisión en que hay un conflicto de derechos. Esto no sería honrado.

La mujer perdió después al niño por aborto espontáneo. Ha tenido un doble sufrimiento, el dolor previo y la muerte de su hijo. Ahora mismo lo primero que necesita es ayuda moral. A lo mejor la mencionada asociación se la está proporcionando.

Pero claramente, a quien habría que juzgar, si hay que juzgar a alguien —no olvidemos que los EE.UU. es el país de los pleitos—, sería al hospital. Me parece que las directrices de la Conferencia Episcopal son tan claras como puede serlo un planteamiento abstracto de un problema tan complejo. Y que quien obró fue el personal del hospital, no el obispo de Michigan.

Asumamos lo peor: que se pudiera haber intervenido de alguna manera para aliviar el dolor sin abortar directamente y que el hospital no informó a dicha mujer. ¿Es esto culpa de los obispos? ¿No sería esto deber del hospital? ¿Quizás hace falta que los hospitales católicos tengan mucho personal muy bien informado y formado para poder explicar a los pacientes las decisiones de este tipo?

Pero, señoras y señores, me temo que esta mujer ha caído en las garras de los lobbies. Y que va a estar en los periódicos mucho más tiempo del que ella desearía.

Necesitamos que los profesionales de la medicina que sean “pro vida” aprendan, estudien y se responsabilicen de su defensa de la vida. Solo alguien que está convencido de lo que defiende puede acompañar, aconsejar y comprender a una mujer en tan delicado trance. Y solo si se la acompaña, aconseja y comprende, podrá dicha mujer, quizás, aceptar que eliminar directamente una vida humana no es una solución.

La vida no necesita de los obispos para ser defendida. Necesita de personas que la valoren. Los principios morales básicos (“no matar”, “en caso de que solo se pueda conseguir un mal, que sea el menor posible”, “las consecuencias malas de un acto bueno pueden ser aceptadas si hay proporcionalidad”…) no son propiedad de la Iglesia. Hemos de movernos para devolvérselos al pueblo, a la masa, a los ciudadanos, a ti, lector.

Hombre: que tu moral se sustente en tu propia visión del hombre. Los fundamentos de tu ética han de ser tuyos, no de otros. Para defender la vida no necesitamos los madamientos sino reflexionar en serio sobre ella.

¡Qué texto tan desorganizado!

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